UN PAJARILLO MISTERIOSO (VIVENCIAS MÍAS)
Cuento con la inmensa suerte de tener amigos en los Cinco Continentes. Hace unos años, un querido amigo mexicano me regaló un plato de cerámica en el que había pintadas algunas flores muy bonitas. Para no ser el único en poder admirarlas clavé una gran alcayata en la parte de afuera de mi balcón y lo colgué del alambre que aquel apreciado regalo tenía en su parte de atrás.
Transcurridas varias semanas, un día de mucho viento huracanado consiguió con una violenta ráfaga hacerlo saltar fuera de la alcayata, caer al suelo y romperse.
Esa alcayata que está separada de la pared unos tres o cuatro centímetros nunca me preocupé de quitarla. Una noche del invierno pasado llamaron mi atención unos maullidos provenientes de dos gatos del vecindario que se estaban peleando. Abrí la puerta del balcón, me asomé, les di una voz y salieron corriendo. Entonces vi, gracias a la escasa claridad que me procuraban las estrellas y un retal de luna, a un pajarillo muy pequeño acurrucadito en la alcayata que mucho tiempo atrás había sostenido la bella loza, obsequio de mi amigo mexicano.
Me sorprendió muy agradablemente este hecho. Cerré la puerta y el animalito alado siguió en el mismo sitio. Me admiró que teniendo sus patitas asidas a aquel delgado pedazo de hierro cilíndrico pudiera dormir sin caerse.
A la mañana siguiente abrí la puerta del balcón impulsado por la curiosidad de comprobar si continuaba el pajarillo cogido de la alcayata. Tuve el tiempo justo de verle salir disparado como un proyectil y perderse a lo lejos.
Este hecho se repitió todas las mañanas durante semanas, hasta que llegó la primavera y la avecilla no volvió más a la alcayata y la eché de menos, pues las cosas vivas que comparten algo que consideras tuyo, sin ser un peligro ni una molestia para ti, te despiertan un cierto sentimiento de amistad, incluso de ternura. Por lo menos, eso me sucede a mí.
A la primavera siguió el verano y luego el otoño y yo había vivido mil cosas entre nuevas y viejas. Y llevaba tiempo sin acordarme del pajarillo.
Pero llegó el invierno, en el que estamos todavía, y la alcayata de la pared de mi balcón, y yo lo mismo estamos gozando el disfrute de, por segundo año, tener a nuestro alado amigo durmiendo sobre ella.
Me gustaría que alguien me aclarase el misterio de que esa avecilla durante la primavera y el verano no hubiese formado una familia, pues de haberla formado, supongo yo, aunque los hijos hubiesen emprendido el vuelo, le quedaría su compañera para permanecer con ella.
Y en eso baso yo mi opinión de que ese animalito es un misterio. ¿Qué ha hecho durante el tiempo que no ha estado refugiado en mi alcayata? ¿Ha habitado en un nido, se ha unido a una hembra, ha vuelto a quedarse solo, no cree en el amor?
Seguramente no lo averiguaré nunca. Pero cuando venga el buen tiempo y este pajarillo, al que he puesto el nombre de Solitario me abandoné, viviré pendiente de si cuando venga el frío de otro invierno regresará a ese original e incómodo pedazo de hierro que él ha convertido en su hogar.
Me encantaría que fuese así porque me demostraría que no lo ha matado un insecticida, un gato, o los perdigones de un niño malcriado al que no le han enseñado a respetar la vida, aunque sea la vida de un animalito tan pequeño, inofensivo e indefenso como mi vecino el Solitario.
(Copyright Andrés Fornells)