UN NIÑO Y UNA MADRE (MICRORRELATO)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

(Copyright Andrés Fornells)
El niño acababa de despertarse. Parpadeó repetidas veces para acostumbrar sus ojos a la claridad de la mañana. Bostezó, se desperezó, corrió hacia la destartalada ventana y la abrió para que sus ojos se recrearan con el entrañable escenario que venían gozando desde su venida al mundo. La playa sucia, el susurrante oleaje, las envejecidas barquitas  abandonadas, el cielo y la mar uniéndose en el lejano horizonte y las gaviotas, unas andando con pasitos bamboleantes, y otras volando orgullosas de conocer todos los secretos del aire.
El olor a salitre y a algas marinas embriagó su olfato. Esbozó una sonrisa dichosa. Este era su mundo. El mundo que él tanto amaba. Jamás lo abandonaría. No haría como su padre que se marchó un día y nunca más volvió, causándole su marcha un dolor inmenso a él y a su madrea. A él, ese dolor, poco a poco se le había ido pasando, pero su madre a veces, cuando creía que él no la estabs mirando, lloraba todavía la ausencia del hombre malo que la había abandonado.
Descalzo como estaba, el niño salió de su cuarto y, a continuación, entró en la pequeña y vieja cocina. Su madre,  esa figura que él amaba más que a ninguna otra cosa existente en el mundo, estaba preparando el parco desayuno para los dos. Ella advirtió su presencia y volviéndose hacía él le dijo con voz cargada de ternura, que acompañó de una dulce sonrisa:
—Se te rompió el reloj del sueño, ¿eh, pillastre?
El niño emitió un gorjeo de gozo y corrió, impetuoso, hacia ella  con los brazos muy abiertos. Ambos se fundieron en un estrecho, amoroso abrazo.  Ella lo elevó hasta su pecho. Y el pequeño, ebrio de felicidad, cerró sus ojos y aspiró con fruición la maternal fragancia que emanaba del cuerpo de la mujer que le había regalado la vida, Y escuchó los latidos del palpitante corazón  de ella hablarle al alterado corazón suyo.  Aquel pequeño desconocía entonces que estaba viviendo uno de esos momentos de dicha tan intensa que jamás se borran. Conocí a ese niño y a esa madre, y a ambos sigo viéndoles reflejados en el imperecedero espejo de la nostalgia, el amor y la memoria.

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