UN NIÑO Y UN LEON (MICRORRELATO)
Desoyendo las encarecidas advertencias paternas, una tarde, aprovechando que sus padres se encontraban entretenidos con unos amigos que habían venido a visitarlos, un niño pequeño salió por la puerta trasera del bungaló que habitaban, adentrándose en la selva. No lo guiaba más interés que un deseo rebelde de saltarse la prohibición que le hacían varias veces todos los días.
Llevaba el niño caminando algunos minutos por el sendero que solían transitar su padre y sus ayudantes, cuando de pronto se encontró a un enorme león salido de entre unos altos arbustos.
El pequeño nunca había visto de cerca a ninguno de estos fieros y peligrosos animales salvajes. Lo encontró gigantesco, aterrador. El león abrió sus enormes fauces y soltó un rugido espeluznante.
El niño sintió inundársele de pánico el corazón. Empezó a temblar de la cabeza a los pies, una humedad caliente empezó a empapar la parte de la entrepierna de sus pantaloncitos cortos. Sus trémulas piernas chocaban por la parte de las rodillas y amenazaban doblarse.
La fiera rugió de nuevo, inmóvil, hipnotizándole con la fijeza de sus ojos amarillos, enseñándole sus grandes y terribles filas de dientes.
El niño con voz temblorosa consiguió dirigirle unas palabras que pretendió sonaran amenazadoras:
—Como me hagas algo, mi padre, que es cazador, te matará…
El león lanzó un tercer rugido, agito su abundante melena, dio medio giro y se alejó despacio, majestuoso.
El niño quedó convencido de que por haberle él mencionado a su padre, el cazador más famoso de toda Tanzania, había asustado al gran animal salvaje.
El niño ignoraba que había salvado su vida el hecho de que aquel enorme león, un buen rato antes había matado a un ñu, y dado con él un colosal atracón que lo había dejado absolutamente ahíto.
Con esta terrible experiencia, al pequeño se le quedó el miedo metido en el cuerpo y jamás volvió a escaparse de su casa. Intuyó que, a la suerte, no se la debe tentar más de una vez o ninguna.
(Copyright Andrés Fornells)