UN HOMBRE EXTREMADAMENTE LENTO (MICRORRELATO)


(Copyright Andrés Fornells)
Rogelio Rasca había demostrado, desde su venida al mundo, una extremadísima lentitud de raciocinio y de decisión. Los biberones solía bebérselos con un día de retraso y hasta dos.
Pasado el periodo de lactancia, le ponían un plato de sopa delante y, para cuando decidía si meter en la misma su cuchara, la sopa se habría enfriado y el resto de su familia se hallaba ya disfrutando de la siesta.
Fue al colegio y, para cuando tenía las respuestas a las preguntas que, en clase, le habían hecho sus profesores, había llegado la noche y él se hallaba ya en su cama apagando la luz de la lamparita para entregarse al sueño.
Durante su pubertad no le habría ido mal con las chicas, pues era bastante atractivo; pero para cuando consideraba había llegado el momento de decirle a una chica que ella, le gustaba, la elegida en cuestión se había casado ya y tenía un par de críos.
Hubo una muchacha llamada Marcela, que se enamoró perdidamente de él, pero que, casándose de que durante cinco años de espera él no se decidiera a decirle que le amaba, contrajo nupcias con otro.
Pasado muchísimo tiempo, Marcela convertida en una anciana, escuchó sonar el timbre de la puerta de la calle. Una nietecita suya corrió a abrirla y a su regreso anunció:
—Abuela, en la puerta hay un señor que dice llamarse Rogelio Rasca y quiere hablar contigo.
—Dile que pase.
Marcela se puso de pie, se atusó el pelo delante del artístico espejo que adornaba una de las paredes del salón, se humedeció los labios con la lengua, y se subió cuanto pudo el sujetador muy caído. La viudedad no había eliminado su innata coquetería.
Dos horas y media más tarde respondió que sí a la petición de matrimonio que le hizo Rogelio Rasca, petición que él había necesitado, para hacerla, cuarenta y cinco años.

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