UN CRIADO Y UN SEÑOR (MICRORRELATO)
Un salón muy lujoso ornamentado con valiosos cuadros y muebles.
Dentro de él un respetuoso mayordomo acaba de traerle a su elegante y acaudalado señor un servicio de té. El serio rostro del servidor evidencia sabiduría e inteligencia. El rostro de quien es atendido por él muestra capricho, tedio y desorientación.
—Alberto, acércate a la cocina y mira si estoy yo allí.
Alberto no muestra sorpresa ninguna.
—Voy enseguida a verlo, señor.
El criado abandona la estancia, parsimonioso, estirado de cuerpo, regresa cinco minutos más tarde y dice:
—El señor no está en la cocina.
—¿Dónde crees tú, entonces, que pudo estar yo, Alberto?
—Yo lo único que sé es donde debería estar el señor.
—¿Ah, sí? ¿Y dónde crees tú que debería estar yo?
—Sin la menor duda, encerrado en un manicomio, señor.
Alberto, ¿crees tú que yo estaría mejor encerrado en un manicomio que encerrado en mi magnífica mansión?
Pensando en el abultado sueldo que gana, además de otros placeres extra, el mayordomo le responde:
—En ningún sitio estará mejor el señor, que en su ostentosa casa contando con mi eficiente y excelente servicio.
—Bien Alberto, si tú me lo aconsejas me quedaré aquí. Has visto a mi señora hoy.
--La he visto dos veces. La primera vez con su profesor de yoga y, la segunda vez, con su profesor de tenis.
—¿Parecía contenta?
—Muy contenta, señor. La señora es tan extraordinariamente sociable.
—¿Crees que mi señora puede padecer sonambulismo?
—¿Por qué me pregunta esto el señor?
—Porque algunas noches despierto y no la tengo a mi lado, en mi cama.
—No sé preocupe el señor que cuando la señora no está en su cama es porque en estado de sonambulismo se ha venido a la cama mía, y yo siempre se la devuelvo.
--Alberto, creo que eres el mejor mayordomo que he tenido nunca.
—Modestia aparte, yo pienso también lo mismo que usted. Y ahora me retiro. Iré a ver si la señora ha terminado con el profesor de tenis y tiene ganas de que yo le dé un masaje corporal.
Una osada mosca ronda la mesa donde el señor tiene el té. Llama a su mayordomo para que la elimine, pero éste no atiende a su llamada. El mayordomo carece del poder de la ubicuidad: no puede estar sirviendo, a la vez, a su señor y a su señora.
(Copyright Andrés Fornells)