UN COMISARIO Y UN RATERO (RELATO NEGRO)

UN COMISARIO Y UN RATERO (RELATO NEGRO)

Un próspero comerciante entró en la comisaría llevando fuertemente cogido del brazo a un muchacho flaco y asustado. Vestía unos vaqueros y una chaqueta. Ambas prendas deterioradas y sucias.

—Lo he pillado robándole la cartera a un cliente de mi tienda. Le he dado un buen capón y aquí te lo dejo. Tú sabrás que hacer con él.

Sin añadir nada más, el indignado comerciante se marchó.

El oficial de policía examinó detenidamente al delincuente que acababa de serle entregado. Su rostro ojeroso expresó una benevolencia que desconcertó al atemorizado jovenzuelo.

—No eres muy listo si te has dejado coger, ¿eh?

Con algo menos de temor del que expresaba cuando entró temblando, el chaval respondió con desconcertante sinceridad:

—Me falta práctica. Solo he robado dos veces antes y me salió bien. Pero hoy no. Hoy me ha trincado ese hombre gordo.

—¿Robas porque en tu casa sois pobres y necesitáis dinero para comprar comida, o robas porque quieres ser un ladrón?

El muchacho se iba tranquilizando y cobrando valor. Respondió:

—Robo para comprar comida. Pasar hambre es un gran sufrimiento.

—Trabajando es como consigue la mayoría de la gente dinero para comprar comida.

—He pedido trabajo en muchos sitios y nadie ha querido dármelo. Me miran con asco y me echan de mala manera, insultándome encima.

—Si yo te consigo un trabajo y ropa nueva ¿me harás quedar bien?

El muchacho abrió ojos como platos. Escrutó el rostro de funcionario y descubriendo que hablaba en serio aseguro:

—Si me consigue un trabajo, yo le haré quedar bien. Trabajaré duro.

—¿Tienes miedo a la altura?

—No. De muy crío me subía a los árboles a coger nidos, y en la época que maduran las piñas me subo a los pinos y tiro muchos de ellas para sacar sus piñones y venderlos a un pastelero, que me da por ellos lo que quiere.

—Bien. El comisario sacó del cajón de su mesa una tarjeta y se la entregó diciendo—: Esta en la dirección de una empresa constructora. Lleva escrito un nombre y una dirección. Preséntate allí mañana y pregunta por Norberto Castilla, que es el nombre escrito en esta tarjeta, y dile que vas de parte del comisario Narváez, que soy yo, para trabajar en una obra suya. Él te dará un trabajo enseguida. Ahora yo voy a llamar a uno de mis hombres para que te acompañe a una tienda, te compre unos pantalones, una camiseta y unos zapatos nuevos. Vestido con esas prendas te presentas mañana, a las ocho, en la dirección que lleva esta tarjeta. ¿Lo vas a hacer?

El mozalbete asintió enérgicamente con la cabeza y luego hizo una pregunta fruto de su asombro:

—¿Por qué hace esto por mí, comisario?

—Porque cuando yo tenía tu edad estaba en la misma situación que te encuentras tú. ¡Alfonso! —llamó el funcionario jefe elevando la voz—. Entró inmediatamente el agente que llevaba este nombre. El comisario le ordenó llevar al muchacho presente a una tienda de ropa, lo vistiesen y calzasen allí. Le entregó, sacándolos de su cartera dos billetes de cincuenta euros diciendo—: Con esto te sobrará para pagarlo todo.

—Gracias, señor —dijo, conmovido, el inexperto ratero.

—Aprovecha la suerte que has tenido de dar conmigo y vive,  de hora en delante, de tu trabajo y no vuelvas a tocar nada que no sea tuyo. Y te advierto que como te traigan aquí de nuevo, por haber delinquido, recibirás el castigo que merezcas por ello —le advirtió.

—Nunca volveré a tocar nada que no sea mío —aseguró, con solemnidad, su joven interlocutor.

El joven agente abandonó el despacho, tan sorprendido con la actitud delo jefe de policía, como su desastrado acompañante.

Al quedarse solo el comisario sacó del cajón una tarjeta parecida a la que terminaba de entregar al muchacho que acababa de marcharse. La tarjeta era de Anselmo, el padre de Norberto Castilla quien le dio a él, cuando tenía una edad parecida a la del joven malhechor que acababa de marcharse, la oportunidad de que él saliera de la miseria y de la delincuencia.

El ahora comisario Narváez vino al mundo en una destartalada chabola. Creció rodeado de suciedad y de ratas. Sufrió hambre y pasó frío y miedo. Su padre era un ladrón de poca monta, tan torpe y desafortunado que se pasaba más tiempo encerrado en la cárcel que libre. Su madre tenía el cuerpo destrozado de tantos embarazos, abortos y de trabajar muchas horas limpiando casas. Y tan mal alimentada y pasando las mismas penalidades que la media docena de hijos que le sobrevivieron. Dormían todos apiñados en colchones encontrados en contenedores de basura y convertidos en criaderos de pulgas.

El policía devolvió la tarjeta al cajón. Se pasó una mano por la frente queriendo con este gesto borrar los amargos recuerdos de una infancia mísera y desdichada.

Había sido muy duro el esfuerzo realizado para, desde no haber podido asistir a la escuela en su infancia, ir luego adquiriendo estudios a la vez que trabajaba. Su ejemplo no quisieron seguirlo sus dos hermanos mayores, terminando uno en el cementerio por una sobredosis de heroína y, el otro, continuaba preso en la cárcel por haber asaltado una joyería y matado al joyero. Sus dos hermanas, una seguía ejerciendo de prostituta en otra ciudad a la que se fue, huyendo de los intentos suyos de hacerla cambiar de vida y, la otra se había casado con un alemán, ido al país de él, donde había conseguido un buen empleo. Ella y su marido tenía allí una casa bonita y tres hijos bien alimentados y educándose en buenos colegios.

Sonó su teléfono. Uno de sus hombres le comunicó que acababa de producirse un tiroteo en una calle de un barrio del extrarradio.

—Los que dispararon al hombre que está muerto huyeron en un coche. Estoy intentando averiguar si alguno de los testigos que lo vieron todo se fijó en la matrícula del coche en el que huyeron los que se han cargado al individuo junto al que estoy yo y que he comprobado está muerto de tres balazos en el pecho.

—Te envío inmediatamente una ambulancia, a los de homicidios, y me ocuparé también de llamar al juez. Sigue ahí hasta nueva orden.

El comisario, involucrándose enteramente en su trabajo, dejó de recordar su pasado, pues el presente reclamaba toda su atención. Ya no se trataba más de lo que había sido él, sino de lo que era ahora.

(Copyright Andrés Fornells)