UN CEREZO, DOS JÓVENES Y UN BESO (RELATO)

UN CEREZO, DOS JÓVENES Y UN BESO (RELATO)

Eran vecinos y adolescentes todavía. Ella se llamaba Martina y él se llamaba Rogelio. Se gustaban, pero por timidez e inseguridad nunca se lo habían confesado. En el patio de la casa de Martina tenían un cerezo; en el patio de la casa de Rogelio solo tenían grama.

Una mañana en que los padres de ambos estaban trabajando y los dos jóvenes disfrutaban de fiesta en su instituto, se vieron por encima de la valla que dividía ambas propiedades. Se saludaron un tanto nerviosos y cohibidos como era habitual entre ellos.

—Hola, Rogelio.

—Hola, Martina. Veo que vuestro cerezo tiene ya las primeras cerezas —comentó él, señalando con su brazo estirado el árbol.

—Sí, aparecieron ya las primeras cerezas. ¿Quieres comer algunas?

—¿No las echarán de menos tus padres? —temió él.

—No las comeremos todas, solo algunas. Ven —propuso ella que era algo menos vergonzosa que él.

—Bien. Vengo enseguida a tu casa.

Rogelio salió a la calle. Martina le abrió la cancela para que él entrara. Se miraron y sonrieron nerviosos. Existía una evidente atracción entre ellos. Recorrieron la corta distancia que los separaba del árbol.  

—Están muy altas —dijo ella—. Yo no llego, pero tú que eres más alto que yo posiblemente sí llegas.

Poniéndose de puntillas él fue arrancando cerezas y entregándoselas a ella. Cuando a Martina no le cupieron más en las manos, dijo a Rogelio que no cogiese más.

Él, atento, limpió el suelo con sus manos y acto seguido se sentaron uno al lado del otro. Ella, que mantenía las cerezas en su regazo inició un juego que ambos encontraron divertido.

—Abre la boca y te daré una cereza.

Él hizo lo que ella le pedía, recibió una cereza, la mascó y depositó el hueso en el suelo a su lado. Cogió a su vez una cereza, le pidió a ella que abriese la boca y, cuando ella la abrió se la puso dentro. Repitieron esta operación varias veces riendo, cada vez más excitados.  Terminaron con la fruta reunida. No propusieron coger más. Los dos tenían los labios teñidos de rojo. Se miraron anhelantes. Los dos deseaban lo mismo, pero su turbación los mantenía en estado de indecisión

—Tienes los labios pintados de rojo —balbuceó él, tembloroso, mirando con fijeza la boca de ella.

—También los tuyos están pintados de rojo —igualándole ella la turbación.

—Nunca he besado a una chica —confesó él.

—Tampoco yo he besado nunca a un chico.

La tentación encendía sus rostros. La seducción femenina resolvió la suspensa situación. Marina colocó en sus labios una cereza que se le había quedado encima del regazo e irresistiblemente tentadora propuso:

—A ver si eres capaz de quitármela de la boca con la boca tuya

—Lo intentaré —brillándole en la mirada la misma ilusión y deseo que mostraba en la mirada de ella.

Rogelio acercó sus labios a los labios de Martina que dejando caer la cereza recibió los labios de él en los suyos. Y los apretaron mutuamente jadeantes, apasionados.

A partir de este encuentro, los dos vecinos, hambrientos de placer, a escondidas, se dieron muchos besos, caricias y emplearon palabras de amor oídas decir a varios actores en escenas románticas.

Pero los dos eran demasiado jóvenes para mantener una relación seria y duradera. Antes de haberse terminado las cerezas del cerezo del patio de ella, Rogelio había besado a otras chicas, y Martina a otros chicos.

Pasaron los años y nunca más volvieron a juntarse ellos dos. Rogelio se casó, tuvo hijos y se divorció. Martina se casó, tuvo hijos y se divorció. Nunca se acordaron de que se habían iniciado juntos en la larga carrera sexual que suelen mantener muchas personas mientras les queda juventud y deseo.

No siguieron el ejemplo de los cerezos que suelen serle fieles a la tierra con la que están unidos un promedio de 50 años (si no interviene antes el hacha o la sierra del hombre), y terminan su vida cuando la naturaleza lo decide, con sus brazos alzados hacia el cielo en muestra de agradecimiento por haberle regalado los placeres del sol, la luna, las estrellas y las lluvias.

(Copyright Andrés Fornells)

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