SOBRE LA SEDUCCIÓN (MICRORRELATO)

Ciertamente, por parte de los varones, también hemos tenido algún que otro ejemplo de grandes seductores masculinos: Don Juan Tenorio, Giovanni Casanova, Landrú. Pero ninguno de ellos, contó con la fascinante, extraordinaria, irresistible atracción de Cleopatra, Dalila, Mesalina y sobre todo Salomé, la inventora de la Danza de los Siete Velos.
Cuenta la leyenda que precisamente esta última, Salomé, seducía con sus encantos a todo aquel que fijaba la vista en ella, incluido su propio padrastro que, al contrario que nuestro obstinado y encumbrado Pedro Guaperas, nunca tuvo para ella un “no es no”.
Según nos han contado, a Salomé solo se le resistió un santo que llevaba el nombre de Juan, y el apellido de Bautista.
Y esto fue debido a que este varón ejemplar, visualmente, no era capaz de ver a tres gordos montados en un  camello gordo en pleno día soleado.
Así que sepan, los amantes de la historia verídica, que no fue la virtud lo que impidió a este notable barbudo profeta rendirse a los irresistibles encantos de la pecadora Salomé, sino el gran defecto de visión que padecía, pues ningún hombre, a no ser que tenga la libido altamente distraída o en tristísima disfunción eréctil es inmune a la irresistible seducción femenina. La historia nos lo recuerdo con infinidad de casos, casos de solteros recalcitrantes que dejaron de serlo cuando se cruzó en su camino una mujer seductora bien provista de voluptuosidades femeninas y experta insinuante de que todas esas irresistibles exuberancias suyas las pondría al alcance de sus avidas, lujuriosas manos y de otras igualmente avidas y lujuriosas partes de su anatomía masculina.