SE LE LLENÓ EL DORMITORIO DE OLOR A NARDOS (MICRORRELATO)
Una anciana, con pasitos cortos y arrastrando sus cansados pies, se coloca delante del vetusto espejo de un armario antiguo y desvencijado. En el plateado azogue, que picoteó el inmisericorde transcurrir de muchos años, se mira fijamente y retrocede en el tiempo. Y en ese retroceso se ve junto a su añorado esposo (fallecido el invierno anterior). Son jóvenes y llevan ambos puestas, todavía, sus tradicionales ropas de recién casados.
—Aquí estamos reflejados tú y yo, mi amor —evoca, escucha le dijo él entonces manteniéndola tiernamente abrazada por la cintura—: Inmortalicemos esta imagen. Quedémonos para siempre aquí presentes, juntos, el resto de nuestra vida.
Y la buena mujer, cargada de años, de arrugas y de achaques, puede verse ella y su llorado marido tal como se vieron en su noche de bodas.
—Ya no tardaré mucho, mi amor, en reunirme contigo — murmura la mujer con un hilo de voz—. Ten un poco más de paciencia, cariño.
Aún flota en el aire el eco de sus sentidas palabras cuando invade la estancia un fuerte olor a nardos, la flor preferida de ella, flor que con frecuencia le obsequió el hombre que tanto la había amado y con el que anhela reunirse muy pronto.
Oliendo este perfume la anciana cerró sus ojos se dejó caer suavemente al suelo, rendida, y exhaló su último suspiro. Su agotadora espera había finalmente terminado.
(Copyright Andrés Fornells)