RETAZOS DE NOSTALGIA (MICRORRELATO)

juguete madera bueno
Existe en mi la convicción de que únicamente en la infancia somos capaces de penetrar plenamente en el mundo donde habitan la fantasía, la magia y la quimera.
La casita donde nací era muy vieja. Estaba situada en uno de los barrios más antiguos de un pequeño pueblo del interior. Lo más bonito de esta humilde vivienda era su fachada, que cegaba cuando le daba de pleno el sol, debido a que mi madre curaba la enfermedad de las grietas y desconchaduras que padecía, con periódicas capas de cal.
La acera, de la que cada vecino se ocupaba de limpiar su parte, tenía casi más losas rotas y hundidas, que enteras. Mucha gente, por ir pensando en sus cosas y no prestarles la atención que merecían, tropezaba y, desde el interior de nuestra morada podíamos escuchar las maldiciones de los que acostumbraban echarlas.
La vetusta puerta de entrada a nuestro humilde hogar, sumaba a cada lado de su exterior unas cuantas plantas bonitas metidos en latas con tierra, pues sino había dinero para comprar el suficiente pan con el que quitarnos el hambre que manteníamos siempre despierta y descontenta, menos teníamos para comprar artículos de lujo como macetas.  Esas plantas daban flores que, no importa lo pobre que seas, te regalan lo mejor de sus colores y perfumes.
Recuerdo que a mi madre le aterrorizaban los finales de mes porque se veía obligada a pasar la enorme vergüenza de pedir, al tendero de nuestra calle, nos diese algunos alimentos fiados.
Yo tenía dos únicos juguetes que me llenaban el ocio: un camión y un juego de pequeñas figuras geométricas (triángulos, cuadrados, rectángulos, romboides, cilindros) que guardaba dentro de una muy deteriorada caja de zapatos. Todo esto estaba hecho de madera por las maestras manos artesanas de mi padre. Con esta especie de juego geométrico yo construía casas y palacios despertando en mis padres la ilusión de que yo pudiese llegar a ser, de mayor, un buen arquitecto, si ellos conseguían el milagro de poder costearme una carrera,
Durante las muchas horas en que yo jugaba sobre la deteriorada alfombra del saloncito de casa, solía acompañarme un hada con la que yo hablaba todo el tiempo. Sé que era un hada porque aparecía y desaparecía cada vez que la llamaba con mi pensamiento y, para que pudiese hacer esto necesitaba poseer alas. Lamento no recordar más su nombre.
A mis hijos, si un día les encuentro lo suficientemente receptivos, tolerantes y benevolentes les contaré esta fantasía de mi niñez. Ellos tienen demasiados juguetes y entretenimientos para necesitar la compañía de un pequeño ser sobrenatural venido desde el mundo de la magia para hacerles compañía.
Esta hada, compañera de mi soledad infantil desapareció para siempre al venirse mi prima Carmelita a vivir con nosotros, cuando murieron sus padres en un accidente ferroviario. Prima Carmelita se convirtió para nosotros en un miembro más de nuestra familia.
La llegaba de Carmelita a mi vida fue uno de los sucesos más maravillosos que me acontecieron durante mi época infantil. En alguno de mis libros no publicados he contado cosas entrañables de ella.
He recordado todo esto mientras buscaba esa especia de lego que me construyó mi padre, y que me ha pedido ella, prima Carmelita, para que juegue con él su hijo más pequeño. El tiempo no se detiene y todo aquello que sabemos guardar puede ser utilizado por las nuevas generaciones

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