PRÍNCIPE AZUL (MICRORRELATO)
Azucena Ramírez era una chica romántica, ingenua y soñadora. No existía en el mundo cosa que le gustase más que los cuentos de hadas. Leía todos los que caían en sus manos. Embelesada, al terminar cada lectura, cerraba sus ojos, suspiraba y pedía a las madrinas mágicas encontrasen para ella un Príncipe Azul.
Azucena Ramírez creyó que las hadas la habían escuchado y complacido el día que conoció al apuesto Jacinto Velones y él confesó, románticamente arrodillado, que ella le gustaba con locura, incluso le gustaba muchísimo más que el jerez y el jamón serrano pata negra.
Y ambos se unieron, siempre en la oscuridad pues ella era muy púdica, y vivieron felices durante un tiempo. Concretamente justo hasta el día en que a Jacinto Velones lo pilló en la calle una lluvia torrencial, desprovisto de paraguas y quedó empapado hasta los mismos huesos.
—Cámbiate, mi amor, no vayas a coger una pulmonía —llegado a casa le aconsejó Azucena Ramírez, cariñosísima, temiendo por su salud.
Fue entonces, al ver a Jacinto Velones desprovisto de ropa, cuando Azucena sufrió el mayor y más terrible desengaño de toda su vida al descubrir que, con la mojadura, él había perdido casi la totalidad de su color azul.
Entonces, furiosa a más no poder, considerándose engañada, les echó a él y a sus ropas a la calle, gritándole enojadísima:
–Tú ni eres principe ni tampoco azul. ¡Vete bien lejos que no quiero verte nunca más!
He sabido, por la mamá de Azucena Ramírez, que su hija se ha aficionado ahora a la lectura de novelas de horror, y que no me extrañe si la veo algunas noches acompañada del Fantasma de la Opera, del Conde Drácula, de Frankenstein o de ese masajista de cuellos llamado el Estrangulador de Boston.