PIRATAS CONTRA PIRATAS (RELATO)

PIRATAS CONTRA PIRATAS (RELATO)

         Mañana soleada. Una mar en calma y un viento perezoso. Todo ello formaba un escenario ideal para el reposo y el asueto, y no para lo que estaba sucediendo: las tripulaciones de dos barcos piratas luchaban, escarnecidamente, entre ellos.

Salvaje, despiadado abordaje doble. Gritos fieros. Aullidos de dolor. Estruendo de cañones, de pistolas de yesca, y entrechocar de sables. Una nube de humo envolviéndolo todo, procurándole un aspecto infernal a lo que estaba sucediendo.

Cuerpos humanos saltando por los aires hechos pedazos. Cubiertas sembradas de cadáveres, de heridos, de agonizantes. Sangre. Ríos de sangre corriendo por doquier. Las fuerzas, entre los dos bandos enfrentados, muy igualadas. Por un lado los seguidores de Barba Azul y, por el otro, los seguidores de Pierrot el Cojo. Precavidos ambos, desde la retaguardia, arengaban a los suyos:

        —¡Voto a bríos, acabad con todos esos blandengues de mierda! ¡Demostradles que somos nosotros los reyes de los siete mares!

        —¡Muerte a esas damiselas cobardes que han osado plantarnos cara! ¡Que sus puercos cuerpos sirvan de alimento a los tiburones que están aguardando darse un banquete con ellos!

        En el fragor del atroz combate, cañones y artilleros fueron, uno tras otro, silenciados. Uno de los últimos proyectiles disparados, después de dar una serie de rebotes por la cubierta le rompió la pata de palo al pirata Pierrot el Cojo, motivando con ello que se cayera de culo.

Estuvo tan ridículo en su caída, que durante un par de minutos quedó interrumpida la lucha por la ruidosa hilaridad que este suceso provocó en ambos bandos.  

Esta humilladora burla enfureció en tal medida al terrible pirada renco, que espada en alto y dando saltos de canguro cargó contra sus enemigos gritando:

        —¡Malditos hijos de perra, a la pata coja os voy a degollar a todos!

        Fue ésta la última amenaza que pudo decir en vida, porque un gigantón del bando enemigo, que blandía una enorme cimitarra, lo decapitó de un solo tajo. La cabeza fue rodando hasta los pies de Barba Azul, que regañó al gigantesco hombre suyo por lo que acababa de hacer:

—Ha estado muy mal lo que has hecho, Goliat. Te has permitido un privilegio que me correspondía a mí.

El grandullón, arrugándose, pidió disculpas:

—Perdón, jefe, si yo hubiese pensado en que le quitaba un privilegio, antes que la cabeza de esa porquería de franchute me habría cortado la cabeza mía.

—Tiempo al tiempo —dijo, enigmático, Barba Azul.

Y aquel momento se produjo un hecho que, por lo inesperado, sorprendió enormemente a todos. La condesita de Aguasmedianas, que tras ser secuestrada medio año atrás por el pirata con pata de palo y su tripulación, se había convertido en la apasionada y consentida amante de Pierrot el Cojo, apareció por la espalda del colosal Goliat y le clavó varias un precioso puñal de acero toledano, con tanta furia que el matador del hombre que tan feliz la hacía, quedó tan muerto como aquel al que acababa de matar él.

Barba Azul, admirado por el extraordinario coraje demostrado por ella le dijo mirándola con ardiente lujuria sus despiadados ojos negros:

—Entrégame ese puñal, mujer brava, ve a lavarte las manos sucias de sangre, y ponte ropa limpia que esta noche te concederé el honor de que cenes conmigo, compartas mi lecho y te inunde yo de placer.

Ella, pensando en que su venganza no la había cumplido del todo, le sonrió seductoramente y respondió con fingido sometimiento:

—Acepto con gusto tu invitación, hombre poderoso. A rey muerto, rey puesto.

—Así se habla, esclava. La cena será a las siete en mi camarote-dormitorio. Me gusta que la gente sea puntual, tenlo presente. Me enfado fácilmente y cuando me enfado se me despierta el demonio de la crueldad. Estás avisada.

Empleó un tono tan amenazador que al escucharlo, media docena de tiburones asustadizos, huyeron con el cadáver de un pirata entre sus fauces.

—La puntualidad y la fidelidad son mis dos mejores cualidades —aseguró ella alejándose ya, pensando que acudiría a la cena luciendo el anillo que la familia Borgia empleaba para envenenar a sus enemigos.

Los hombres de Barba Azul continuaban echando cadáveres al mar, siendo aplaudidos por los tiburones que se estaban dando un banquete pantagruélico con ellos.

Mientras realizaban este bárbaro ejercicio de limpieza, una golondrina enorme cogió por los pelos la cabeza de Pierrot el Cojo y salió volando con ella.

Piesdepato merecía este apodo por poseer unos pies muy planos, enormes y que tenían forma de dos triángulos isósceles. Piesdepato era tan feo como viejo. En el barco de Barba Azul ejercía de curandero y de adivino. Con voz macabra, viendo alejarse el ave con la cabeza de Pierrot el Cojo colgando de su pico sentenció:

—Esta noche, aquí, a bordo de este barco sucederá una gran desgracia.

—¿Por qué dices eso, Piesdepato? —le preguntaron varios de sus compañeros dando muestras de desasosiego, pues sus predicciones nunca fallaban.

—Porque desde la más remota antigüedad, perdido está el hombre que desata las iras de una mujer locamente enamorada.

Y esa noche, antes de que la luna descansara su redonda cara sobre el palo mayor del barco pirata, su afamado, despiadado y barbudo capitán moría por una indigestión de veneno salido de un anillo que perteneció a la siniestra y criminal familia Borgia.

(Copyright Andrés Fornells)