DIOS CREO LA PEREZA Y EL TRABAJO (MICRORRELATO)
((((Copyright Andrés Fornells)
Salustiano Gravilla, al igual que otras muchas veces, reposada la espalda en el tronco de un árbol que le procuraba favorable sombra, chupando con boca languida una ramita de romero, estuvo observando, de tiempo en tiempo, con ojos somnolientos, a su padre trabajar duramente en la huerta, a pleno sol, a lo largo de un par de aburridísimas horas. Cuando por fin su padre, Anselmo Gravilla, dio por terminada su labor y se acercó a donde descansaba su hijo, mientras jadeante secaba con un pañuelo empapado ya el abundante sudor que bañaba su cara, disgustado, criticó a su zagal que nunca quería ayudarle en nada:
—¡Uf!, desde luego, hijo, un día Dios creo la pereza y naciste tú.
El aludido se desperezó sin prisa, abrió la boca con un gran bostezo y, cuando devolvió ésta a la normalidad replicó, con calmosa y manifiesta socarronería:
—Sí, padre, y un mal día Dios despertó con muy mala leche e inventó el trabajo. No para mí, que soy un rebelde.
Su exasperado progenitor elevó la mirada al cielo, buscó en vano a Dios por si Él podía ayudarle a activar al haragán que le había nacido en aciaga suerte, y al final pagó su amargura con el tórrido sol recriminándole:
—Ya podrías calentar menos, jodido. Que me has dejado asfixiado.
—Para que no me asfixie a mí, he permanecido yo todo el tiempo a la sombra —apuntó Salustiano satisfecho con lo listo que era.
MORALEJA: Tanto los holgazanes, como los laboriosos, llevan dentro el castigo del hambre. Cuando Anselmo Gravilla murió, su hijo la conoció muy bien, plenamente, y, por falta de práctica, no supo como remediarla.