OTRA CENICIENTA MUY DIFERENTE (RELATO NEGRO)

OTRA CENICIENTA MUY DIFERENTE (RELATO NEGRO)

Purita López se dedicaba a la prostitución. Era por la mañana y ella se hallaba en el salón de su desordenado apartamento, sentada en el destartalado sofá del salón, un lugar que necesitaba de un barrido y pase de fregona, como un muerto de hambre necesita un pedazo de pan.

Entre calada y calada de un grueso porro que se había elaborado con hachís, Purita iba pintando las uñas de sus manos de un llamativo color berenjena. Cubría su cuerpo joven todavía una bata sucia y con rotura en ambas mangas. Tenía la cabeza despeluzada, pues llevaba pocos minutos levantada y no se había peinado todavía, y estaba descalza.
De pronto, llamaron al timbre. Purita soltó el canuto en un cenicero repleto de colillas hasta arriba y dio salida a un refunfuño de contrariedad. Acercó su ojo derecho a la mirilla de la puerta y se le alegró de inmediato el semblante. El que acababa de llamar era un guaperas. Estupendo sería comenzar la mañana con él.
—Hola, ricura —saludó, risueña, al abrirle la puerta.
El visitante nada más entrar le mostró su placa de policía. Purita perdió la sonrisa. Como les ocurre a tantos que militan al otro lado de las leyes, odiaba a los que, dentro de los bajos fondos llaman, despectivamente maderos.
—¿Qué quiere? —preguntó, hostil.
—Que te sientes —señalando él hacia el baqueteado sofá, que mostraba, en un par de lugares sus tripas de espuma verde.
—Muy amable —áspera, obedeciendo de mala gana.
El agente sacó del interior de la bolsa que llevaba una zapatilla de tenis sucísima y volvió a ordenarle:
—Póntela.
Purita López estuvo a punto de negarse, pero comprendió que no le serviría de nada. Que lo más conveniente para ella sería seguir obedeciendo al agente. La zapatilla entró fácilmente en su pie.
—Evidentemente, la zapatilla es tuya --mostrando satisfacción el agente--. La encontramos ayer tarde en el jardín del chalé donde estuviste asesinando a su dueño. Te van a caer un buen montón de años de cárcel por ese asesinato.
Si pensaba el representante de la ley añadir algo más a esta sentencia no pudo hacerlo porque le silenció el brutal golpe de cachiporra en la cabeza, que acababa de propinarle el chulo de Purita que había salido, sigilosamente, del cuarto de baño. Purita se volvió hacia su proxeneta y le preguntó, muy preocupada:
—¿Y ahora qué haremos, mi príncipe?
—Haremos lo mejor para nosotros. Ayúdame a atarlo y amordazarlo. Y cuando terminemos me acercaré a casa de Jorge el Pitufo a pedirle su motosierra.
Purita le prestó la ayuda pedida y, cuando terminaron, le recomendó:
—No tardes mucho, que voy a preparar los desayunos enseguida.
—No te preocupes. Me daré prisa.
Ambos actuaban con la naturalidad que procura la experiencia bien asimilada.

ACLARACIÓN: A quienes se horrorizan fácilmente, me permito recordarles que las motosierras sirven también para cortar leña que luego se usa en las chimeneas para calentar las casas, Cuando ocurrieron los hechos que acabo de narrar era verano y estos dos protagonistas no tenían chimenea en su cochambroso habitáculo.

(Copyright Andrés Fornells)