NO TE QUIERO MÁS (RELATO DE AMOR)

NO TE QUIERO MÁS (RELATO DE AMOR)

NO TE QUIERO MÁS

(Copyright Andrés Fornells)

Felisa Cobos salió de la consulta del ginecólogo henchida de felicidad. No le había dicho nada a Félix Simón sobre la visita que acababa de realizar. Quería darle una sorpresa a este joven con el que llevaba viviendo, iba ya para tres años en el mismo apartamento que tenían alquilado. Ella había notado, además de no venirle más la menstruación y con ciertos cambios que se estaban produciendo en su cuerpo, la posibilidad de que se hubiese quedado embarazada. Notaba más hinchados y sensibles sus senos, orinaba más a menudo y se cansaba con mayor facilidad.

Se detuvo un buen rato delante de una tienda de artículos para bebés. Se enamoró de montones de cosas: una cuna de color azul, un oso de peluche parecido al que ella había tenido de niña, y un trajecito unisex de color rosa.

Suspiró muy hondo. Se le haría larguísimo el tiempo de espera. Imaginó lo hermoso que sería tener en sus brazos un bebé de cuerpo cálido y sedoso y sentirlo alimentarse de sus pechos mientras ella lo acariciaba amorosamente. Se vio en la luna del escaparate y le encantó la sonrisa tan dichosa que mostraba su cara.

Su chico trabajaba en el turno de tarde. Lo encontraría en casa. Podría darle la maravillosa noticia de que iban a tener un hijo.

Llegó al bloque de pisos donde ellos dos ocupaban uno de ellos. No se encontró a nadie en la entrada. El ascensor la llevó hasta la quinta planta. Antes de meter la llave en la cerradura suspiró hondo mentalizándose para el extraordinario momento que esperaba vivir con el hombre que amaba y por el que creía ser correspondida.

Le sorprendió verlo en el salón sentado en el sofá fumando y, todavía la sorprendió muchísimo más ver que junto a él tenía dos maletas. Félix se puso inmediatamente en pie, y poniendo cara de enojo le recriminó:

—¡Vaya lo que has tardado en aparecer!

Ella señaló las maletas y dijo desconcertada:

—¿Y esas maletas?

—Esas maletas significa que me voy, que no quiero seguir más tiempo viviendo contigo. No te quiero más. Me he enamorado de una chica que vale mucho más que tú, y me voy a vivir con ella. Aquí tenemos pagado el alquiler, el agua y la luz del mes que acaba de terminar, así que, de ahora en adelante correrá de tu cuenta todo eso, o de la cuenta de algún amante secreto que posiblemente tienes ya por ahí —brutalmente ofensivo.

Su despiadada desconsideración unida a la falsa insinuación sobre una infidelidad inexiste y su inesperada marcha motivo que ella rompiese en sollozos.

—¡No aguanto a las lloronas! —condenó él y cogiendo las dos maletas se dirigió hacia la puerta.

Herida en su amor propio, pero demostrando una valentía que contrastaba con la cobardía de él, Felisa no le dijo que esperaba un hijo suyo, no quería retenerlo por ello. Mejor que se fuera. Ella afrontaría sola lo que tendría que afrontar. No sería la primera mujer que criaba un hijo sola, ni sería la última.

Familiares cercanos solo tenía a sus abuelos. Eran muy mayores, tenían achaques y no pensaba preocuparles con su problema. Ya le advirtieron cuando se vino a trabajar a la gran ciudad que tuviese cuidado, que la gente de las ciudades era mucho más peligrosa que la de los pueblos. Ella había procurado tener cuidado hasta que se enamoró de Félix y le entregó su cuerpo y su alma. Ahora él se había enamorado de otra chica y ella lo había perdido. ¡Adiós, amor! En adelante se las tendría que arreglar ella sola. Por suerte estaba parada y cobrando el subsidio de paro. Cuando ese subsidio se le terminase posiblemente habría encontrado un nuevo trabajo si el estar embarazada no le resultase una dificultad para encontrarlo.

Al mediodía comió algo de embutido con pan de molde que quedaba en el frigorífico y dos yogures. Pensó de nuevo en su complicada situación y estuvo llorando un rato largo. Se lavó la cara y salió a la calle. Necesitaba hacer ejercicio, distraerse. Lo primero lo consiguió, lo segundo no. Iba a caer sobre ella una gran responsabilidad. Sería muy dificultoso combinar un empleo con sus funciones de madre. Parte del día le ayudaría llevar a su hijo a una guardería. Sufriría muchas horas lejos de él, temiendo pudiese ocurrirle algo malo.

Ensimismada en sus problemas, Felisa cruzó la calle sin mirar. De pronto recibió un golpe terrible, gritó, se vio en el aire, cayó al suelo y finalmente desapareció dentro de un túnel negro y profundo.

*       *       *

Un tiempo más tarde, Felisa despertó en un cuarto blanco. Le dolía todo el cuerpo. Recorrió con la mirada su entorno. Descubrió que estaba tumbada en una cama que no era la suya. Al lado izquierdo de ella había un hombre joven sentado en una silla observándola con expresión muy preocupada.

—¿Qué me ha ocurrido? —le preguntó pues en aquel momento no recordó nada de lo que le había sucedido.

—Me llamo Javier Solís y estoy aquí porque atravesaste la calle sin mirar, frené lo más rápido que pude, pero me resultó imposible no golpearte con la parte delantera de mi coche. Afortunadamente no tienes ningún hueso roto. Con la ayuda de dos personas que pasaban por la acera pudimos meterte dentro de mi coche y te traje inmediatamente a este hospital.

—Perdona. Recuerdo que embebida en mis pensamientos cruce la calle sin mirar —reconoció Felisa con una mueca de dolor al girar parte de su magullado cuerpo para verlo mejor.

—Lo importante es que no has sufrido más daño que un golpe en la cabeza que te dejó sin sentido. Y numerosos hematomas me ha dicho el médico que te ha atendido.

Hablaban los dos con naturalidad reconociendo, honestamente, la participación que cada uno de ellos había tenido en el accidente. Felisa se tocó la cabeza, manifestando:

—Tengo un buen chichón.

—Sí, pero salvo un nada posible imprevisto no tienes nada aparte de hematomas y magulladuras. Y el bebé que esperas tampoco ha sufrido daño alguno. Si me da el número del teléfono de su marido le llamaré y contaré lo que te ha sucedido.

A Felisa una vergüenza que no pudo evitar le sacó los colores al confesar:

—No estoy casada.

—Pero estás viviendo con alguien, ¿no? —sorprendido su interlocutor.

—He vivido tres años con un hombre que me ha dejado hoy para irse con otra mujer —confesó ella y sintió humillación.

—Pero eso es una canallada —se indignó Javier.

—Él no sabe que estoy embarazada de él. Me dijo que se iba a vivir con otra mujer porque a mí no me amaba más. Y no se lo quise decir. No quise darle la oportunidad de que se quedase conmigo por lastima —mostrando dignidad y orgullo.

Feliz empezó a llorar. El peso de su desdicha se le había venido encima. Javier sacó un pañuelo de su bolsillo y se lo entregó, asintiendo con la cabeza en demostración de que entendía sus sentimientos. Cuando ella estuvo algo más calmada, Javier consiguió arrancarle el nombre de su pareja y la agencia de viajes donde él trabajaba. La llegada del médico acompañado de una enfermera, no le permitió decirle lo que estaba pensando hacer por ella.

El facultativo animó a Felisa con sus palabras y el convencimiento de que el atropello no tendrá ninguna consecuencia grave, ni para ella ni para la criaturita que llevaba dentro de ella. Luego le dijo a Javier:

—Puedes marcharte. Los testigos del accidente declararon a la policía que no tuviste culpa alguna en el atropello de la señorita aquí presente.

Javier se puso de pie y le dijo a la paciente, antes de marcharse:

—Volveré a visitarte cuando me autoricen. Te deseo una pronta recuperación. Sufriré toda mi vida por el daño que te he causado.

—Lo ocurrido fue culpa mía —dijo Felisa demostrándole su honestidad.

Del hospital, Javier se marchó directamente a la pequeña empresa textil que poseía. Comprobó algunas cosas, dio varias órdenes al encargado y se marchó a almorzar. Tenía todo el tiempo en su memoria el atropello involuntariamente causado y a la joven que había aparecido de repente delante de su coche dándole un tremendo susto al verla saltar por el aire creyendo que a pesar del veloz frenazo suyo acababa de matarla.

Comió en un restaurante que frecuentaba y a las cuatro y pocos minutos entraba en la agencia de viajes Metasmar. Había allí tres empleados: dos mujeres y un hombre. Una de ellas, que no atendía a nadie en aquel momento le saludó con una sonrisa. Javier le dirigió la palabra:

—Deseo hablar con el señor Félix Simón.

—Está ocupado ahora —dijo ella señalándolo.

—Esperaré a que termine. Gracias.

Javier se colocó donde no pudiese estorbar y diez minutos más tarde, las dos señoras que se hallaban con el hombre que durante tres años había sido el compañero sentimental de la bella joven atropellada por él, se marcharon dejándolo libre.

Javier ocupo una de las dos sillas dejadas vacantes por ellas y ofreciéndole su mano al joven y bien parecido empleado le dijo su nombre y la razón que le había traído hasta él. Le relató el atropello y que Felisa estaba embarazada y no se lo había dicho para no influir en su decisión de abandonarla.

—Vaya sorpresa acabas de causarme —Félix observando a su visitante con un brillo especulativo en su mirada—. A las ocho, cuando termine aquí, iré a verla. Gracias por traerme esta noticia. Por cierto, ¿tienes testigos de que el atropella fue culpa de Felisa y no culpa tuya?

—Sí, esto quedó bien claro entre la policía y yo —intuyendo que el tipo que tenía delante de él pudiera buscarle problemas.

Por esto y por el aire chulesco del tal Félix, le desagradó como persona. Y se despidió enseguida de él.

Al día siguiente cuando acudió al hospital, averiguó que bajo su responsabilidad, Felisa había decidido marcharse a su casa y, faltos siempre de camas, no habían hecho nada por retenerla más tiempo.

Javier supuso que su compañero sentimental había regresado con ella, habían hecho las paces y reanudado su relación. El haber engendrado un hijo poseía una gran fuerza sentimental.

Estuvo tentado de llamarla al móvil, cuyo número tenía, pero logró abstenerse. No tenía ninguna razón para inmiscuirse en los asuntos de aquella pareja. Cierto que Felisa le gustaba mucho y por el breve trato tenido con ella también él le gustaba a ella como persona, pero seguramente se había vuelto a unir con el hombre que le había hecho un niño. La creía lo suficientemente cándida y buena persona para perdonarle la infidelidad y la cruel desconsideración.

Había transcurrido un mes desde que Felisa y Javier se conocieron debido a al accidente en el que se habían visto envueltos, cuando coincidieron en los Grandes Almacenes Serrano.

Se les alegró el semblante a ambos. Se besaron en las mejillas. Se examinaron. Sonrieron con cierta timidez. Él vestía unos vaqueros y un jersey de cuello alto. Era esbelto y se veía elegante. Ella llevaba puesto un vestido de lana gris, ajustado, y una chaquetilla. Lo ajustado de la ropa permitía apreciar la leve curva del embarazo de ella. Los ojos de ambos mostraron contento y placer.

—Estás guapísima —admiró él.

—Y tú pareces un actor de cine, con la buena pinta que tienes —elogió ella.

—¿Dispones de tiempo para que nos tomemos algo? —ofreció, ansioso, él.

—Sí. Sigo en el paro. Me salieron un par de empleos, pero cuando fui honesta y dije en el estado en que estoy, no me admitieron.

—En este mundo hay demasiada gente sin conciencia —condenó él—. Vamos a la cafetería —propuso.

—No he estado nunca allí —confesó ella.

—Yo te guiaré —y la cogió suavemente del brazo.

El ascensor les llevó delante de la entrada del establecimiento. Ocuparon una mesa. Pidieron sendos café con leche. Se miraron a los ojos. Resultaba muy evidente que se gustaban.

—No puedes figurarte la alegría tan inmensa que me ha procurado verte. He pensado a menudo en ti —confesó Javier.

—También a mí me ha alegrado mucho verte. No me diste oportunidad de agradecerte lo maravillosamente que te llevaste conmigo a pesar del susto que te di colocándome delante de tu coche.

—El susto nos lo llevamos los dos. Supongo y deseo no hayas tenido secuelas.

—Ninguna secuela. Se curaron los arañazos y las hematomas y quedé como nueva.

Se rieron de nuevo. Él cedió a la tentación de coger las bonitas manos de ella, que se lo consintió.

—Tienes unas manos tan bonitas que no resistí la tentación de tocarlas —se disculpó él, pero manteniéndolas cogidas.

—Se nota que te gusta coger mis manos. Las tuyas me transmiten ternura.

Siguió un silencio. Los dos pensaban muchas cosas que no se atrevían a decir. Por fin fue él quien hizo una pregunta cuya respuesta por parte de ella temía:

—¿Continúa siendo buena tu relación con Félix?

—Vino a verme al hospital al día siguiente de mi ingreso, Me dijo que habías hablado con él y le habías contado lo de mi accidente y de mi embarazo. Me propuso volver conmigo, pues dos días viviendo con esa chica de la que él creía haberse enamorado le bastaron para darse cuenta de que no la quería, que a la que de verdad quería era a mí.

—O sea que te confesó que había sido un estúpido.

—Más o menos. Le dije que no quería saber nada más de él. Que habiéndome traicionado ya una vez volvería a hacerlo. Y entonces él acabó de estropearlo todo aconsejándome me que me convenía abortar y él me pagaría lo que costase el aborto. Y entonces le llamé de todo. Me pasé. Le llamé asesino por pedirme que matase a una criatura que él había contribuido a darle vida. Se marchó avergonzado y no he vuelto a verlo, ni quiero tenerlo de nuevo delante de mis ojos.

Las manos de Javier acariciaban las manos de Felisa. A ella le daban tanto gusto estas caricias que se las estaba devolviendo. Se encontraron sus ojos y en ellos leyeron un sentimiento que les deslumbró por lo hermoso que lo encontraron.

—Si quieres un padre para tu niño, yo me ofrezco voluntario —la voz de él temblaba y sonaba suplicante.

—¿No te importaría ser padre de un niño que no es tuyo? —admirándole ella.

—Me encantaría ser padre de ese niño porque es tuyo. Tú lo llevas dentro y tú has defendido su vida. Podríamos tener más niños y éstos sí que fueran hijos de nosotros dos —propuso él, anhelante.

—Eres un hombre maravilloso —reconoció Felisa.

—Y tú eres una mujer maravillosa.

Se besaron y les gusto tanto, que repitieron esta deliciosa acción varias veces. Nadie tuvo que decirles que ellos dos habían nacido el uno para el otro.

Read more