UN NIÑO Y LA ESTRELLA MÁS BONITA (MICRORRELATO)

(Copyright Andrés Fornells)
Era un niño soñador, fantasioso, distraído. Sus preocupados padres decían de él:
—Este hijo nuestro no se concentra. Está siempre ausente, ensimismado, fuera de la realidad.
—Es de temer que no hará nada en la vida. Que fracasará en todo aquello que emprenda, si es que termina emprendiendo algo. Dios mío, no sé qué será del pobrecito de él si, por cualquier desdichada circunstancia, un día dejase de contar con nuestra ayuda.
Llegaron las fiestas navideñas. Los padres del niño que parecía estar mentalmente en otro mundo diferente al del resto de los mortales, consiguieron involucrarlo en la ilusionante tarea de adornar el árbol de Navidad. Entre los tres lo llenaron de bolas, de brillantes cintas de colores, de pequeños adornos de plástico, etc. Colocado todo esto, el padre lo rodeó con el cable que llevaba bombillitas prendidas y, cuando iban a dar por terminada la tarea, la madre reparó en algo muy importante:
—Escucha: el árbol nos va a quedar incompleto. No tenemos la estrella que se coloca en lo más alto del árbol.
—Bueno, ahora es muy tarde para ir a comprar una —también contrariado su esposo—. A esta hora todas las tiendas están cerradas.
—Cierto. Tendremos que esperar a mañana. ¡Qué fastidio!
El hijo de ambos que, por esta vez había prestada máxima atención a lo que decían, dirigió sus pasos a la puerta trasera de la vivienda, salió al jardincito, elevó la mirada al cielo y le ordenó a la estrella que le pareció era la más bonita de todas:
—Por favor, preciosa, baja y colócate en lo más alto de nuestro arbolito de Navidad. Te lo agradeceré muchísimo y saldré a pasear contigo algunas noches.
La estrella le hizo un giño cómplice, desapareció inmediatamente del firmamento y, con enorme asombro, los progenitores del niño la vieron, de pronto, aparecer y situarse en la cúspide de su árbol navideño regalándoles su brillo cegador.
Los dos progenitores se dieron cuenta entonces, llenos de asombro y admiración que habían traído al mundo un mago extraordinario y en adelante aceptaron con naturalidad todas sus rarezas, como la de darse paseos por las estrellas.

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