MI QUERIDA VIEJITA (DÍA MUNDIAL DEL BESO)
Cuando Messi eleva sus brazos hacia el cielo recordando a su abuela, me identifico plenamente con él.
Yo también tuve una abuela extraordinaria, entrañable, que me dejó una huella que permanecerá conmigo hasta el fin de mis días. La tierna dulzura de su voz, las caricias de sus manos temblorosas yo las echaré de menos siempre.
Mis padres trabajaban y me dejaban todo el tiempo a su cuidado. ¡Qué gozo el mío cuando conseguía despertarle la risa franca, cascada, con alguna travesura o divirtiéndola con alguna acción graciosa mía!
Mi abuela me enseñó, antes de ir yo al colegio, esa maravilla que es, juntando letras, darle nombre a las cosas maravillosas que ves en un momento determinado para poder, señalándolas con el dedo, decir: Cielo, mar, sol, luna, amor…
Las historias que ella me contaba, al acostarme, me gustaban tanto, tanto, que, a veces tardaba en dormirme porque le hacía repetírmelas.
Y luego estaban los momentos de mis caídas con rasguños o pequeñas heridas; su saliva milagrosa, sus maravillosas palabras de consuelo y sus cariñosos besos el mejor de ellos el que acompañaba a sus buenas noches. O sus felicitaciones por mostrarme yo muy aplicado con sus enseñanzas o porque de repente parecía como si acabase de acordarse de lo muchísimo que me quería y, cediendo a un apremiante impulso me daba un abrazo y un beso y exclamaba:
—¡Mi niño, que lo quiero yo con toda mi alma!
Mi abuela me enseñó mil cosas, entre ellas a querer con toda el corazón a las personas que te quieren de igual modo.
Y también me enseñó la generosidad, la honradez, la solidaridad, la compasión y mil cosas más.
Tal vez yo debería haber escrito esto en el día mundial de los abuelos, pero no he podido guardármelo más tiempo y aquí lo dejo hoy.
Abuela, allí donde estés, te van a llegar un millón de besos míos, en el día de hoy y en todos los demás días de mi vida.
(Copyright Andrés Fornells)