MI MEJOR AMIGO DE LA NIÑEZ (RELATO)

MI MEJOR AMIGO DE LA NIÑEZ (RELATO)

MI MEJOR AMIGO DE LA NIÑEZ

(Copyright Andrés Fornells)

La abuela de Gustavito, mi mejor amigo de entonces, se llamaba Jimena. Al igual que la abuela mía, caminaba algo encorvada, avanzaba a pasitos cortos arrastraba sus pies calzados con zapatillas de felpa, tenía todos sus cabellos del color de la plata y, cuando sonreía, se le profundizaban las numerosas, entrañables, arrugas repartidas por toda su pálida, graciosa, cara.

Todas las tardes le preparaba a Gustavito, de merienda, un bollo con chocolate y, cuando yo iba a buscarlo a su casa, ella me recomendaba debido a la frecuencia con que su nieto se resfriaba:

—Hijo, tú vigila que Gustavito no se afloje la bufanda, pues se enfría enseguida.

—No se preocupe usted, señora Jimena, que lo vigilaré todo el tiempo —le aseguraba yo, demostrándole el mismo cariñoso respeto que le tenía a la abuela mía.

En cuanto nos alejábamos unos pocos metros y ella dejaba de vernos, Gustavito, generoso,  se partía conmigo su merienda. Él se comía el chocolate y yo el bollo.

Los dos pertenecíamos a familias pobres, pero la mía era más pobre que la suya, porque él contaba con una madre y un padre, y yo solo tenía madre; una madre viuda que guardaba fiel memoria a su difunto marido.

A Gustavito le ahorré, gracias a la vigilancia que yo ejercía sobre su tendencia a quitarse la bufanda, varios resfriados todos los inviernos.

Gustavito es ahora don Gustavo, pues se convirtió en un médico prestigioso. Yo carezco de don, carezco también de un gran prestigio como escritor, pero creo haber conseguido el nada despreciable título de buena persona.

A muchos esto puede parecerles poco; pero en los tiempos que corremos es un mérito del que no son tantos los que pueden presumir.

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