MI HERMANO BERTO Y UN PERRO AL QUE LLAMÓ “FEO” (RELATO)

MI HERMANO BERTO Y UN PERRO AL QUE LLAMÓ “FEO” (RELATO)

MI HERMANO BERTO Y UN PERRO AL QUE LLAMÓ “FEO”

(Copyright Andrés Fornells)

Mi hermano mayor, Berto, en un pequeño local alquilado por él, montó un modesto taller de reparación de automóviles. Es archiconocido que todos los negocios tardan algún tiempo en ser rentables. Al principio con las herramientas y demás maquinaria se invierte una cantidad de dinero que, poco a poco se va recuperando.

Los días que Berto tenía mucho trabajo, Jandro (nuestro otro hermano), y yo le echábamos una mano en tareas de limpieza de vehículos, cambio de ruedas, cambio de aceite y tareas similares.

Un día apreció en el taller un perrito abandonado, famélico y cojo. Por la mala pinta que el animal tenía, Berto empezó a llamarle, cariñosamente: “Feo”, y este fue el nombre que se le quedó.

Por la noche, Berto lo dejaba encerrado en el taller y el animal resultó ser un magnífico vigilante, pues en cuanto se acercaba alguien a la puerta metálica se ponía a ladras como un descosido.

Berto tenía por esas fechas una novia grandota y poderosa como un gladiador. Atendía por Simona. Inexplicablemente, “Feo” gruñía nada más verla.

Simona le pidió a mi hermano varias veces, que se deshiciera de él. Pero Berto no le hacía caso. Compadecido del can, argumentaba:

—El pobre animalito no tiene donde ir. Nos es fiel y nos quiere a todos, incluso a ti que te gruñe del cariño que te tiene.

—Eso te lo inventas para no darme el gusto de echarlo —argumentaba ella no creyéndole—. Nunca se ha oído que los perros ladren por cariño.

Un día yo creo que ella lo hizo a cosa hecha, le piso el rabo a “Feo” arrancándole aullidos de dolor. A partir de entonces el perrito no se contentó con gruñirle sino que le ladraba también furiosamente. Simona le dio a mi hermano el ultimátum: o se deshacía de “Feo” o a ella no la veía más.

Mi hermano le dio el can a uno de sus clientes que poseía una pequeña granja. Este hombre, cada vez que nos visitaba nos decía que el animal nos echaba tanto de menos, que se tumbaba dentro de su perrera y con los ojos cargados de tristeza se pasaba el tiempo sin moverse de allí.

Escuchando esto, mi hermano se lamentaba:

—Tengo mala conciencia. Ese animal me quería muchísimo y yo me he portado muy mal con él.

Simona realizó algo que mi hermano no le cogió demasiado por sorpresa: empezar a acostarse con su jefe el dueño de la boutique donde ella trabajaba.

Berto nunca fue violento. Cuando tuvo certeza de este hecho, le dijo a Simona que no quería verla más. Ella rencorosa lo insultó diciendo que se acostaba con su jefe porque era más hombre que él.

—¡Qué te aproveche, zorra! —fue todo el desahogo que se tomó mi hermano.

Al día siguiente, Berto recuperó a “Feo” al que encontró medio muerto por no querer comer. Regresado al taller y al cariño de todos nosotros, “Feo” se recuperó en nada de tiempo. También se recuperó mi hermano de la infidelidad de Simona, entrando en relación con Alicia, una muchacha encantadora a la que pronto, “Feo” amo tanto como a mis hermanos y a mí y, pues en cuanto la veía, en vez de gruñirle o ladrarle convertía su rabo en un ventilador y la lamía como si ella fuese el más delicioso de los helados.

Posiblemente “Feo” no fuese el más inteligente de los perros, pero sí era, como bien demostró, un infalible detector de novias infieles.

 

 

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