MARUXINA MARUXONA, UNA BRUJA FAMOSA (RELATOS)

MARUXINA MARUXONA, UNA BRUJA FAMOSA (RELATOS)

En los tiempos de la Inquisición había que andarse con sumo cuidado o con pies de plomo, que es una manera de significar lo mismo diciéndolo de otro modo. Por ejemplo, alguien estornudaba en esa época, mostrabas tú buena crianza diciendo: ¡Jesús!, e inmediatamente lo trincaban por haber empleado el nombre de Dios en vano y le caía el pelo. Bueno, le caía y le caía un sufrimiento de padre y muy señor mío porque le torturaban y, para poste, le asaban a la parrilla como si fueras un churrasco argentino. No sé cuándo surgió esa educada costumbre de decir Jesús a los estornudadores (pero haré averiguaciones porque esto lo considero de vital importancia para la buena marcha del mundo), pero de buen seguro que en la época de los inquisidores muchos dejaron de practicar esta educada costumbre cuya buena intención debía ser pedirle a Jesús que cuando alguien estornudase no se quedara para siempre con la boca abierta o se rompiese una costilla con el esfuerzo realizado como le ocurrió a mi tío Mariano que era un genio consiguiendo que le dieran bajas laborales que le permitían disfrutar a lo largo del año de más ocios que de jornadas de trabajo. Pero vayamos a la historia (verídica) que hoy quiero contar.

En aquellos tiempos en que hubo en nuestro país (y también en muchos otros, porque unos tienen la fama y otros cardan la lana) un exagerado consumo de leña, denunciaron por envenenadora a la bruja Maruxina Maruxona.

La Santa Inquisición inmediatamente la apresó, le quitó la ropa para no estropeársela y también para averiguar si estaba tan buena como un noble indiscreto y chivato les había asegurado. Y por la lujuria que apareció en los ojos de los inquisidores, hasta el menos suspicaz habría sabido apreciar que lo reconocían como cierto. Una vez la tuvieron como su casquivana madre la trajo al mundo, la ataron a una “X” de madera y la interrogaron, primero a las buenas, como si llevaran intenciones inocentes, festivas, pretendiendo despertarle la sinceridad:

—Arpía bonita, has sido denunciada como envenenadora —sin quitar de su escultural figura sus ojos viciosos los miembros del tribunal —. ¿Te confiesas culpable de haber envenenado a varias personas? Puedes sincerarte con nosotros somos personas muy comprensivas, indulgentes con la debilidades humanas. Después de todo ¿quién es perfecto en este mundo tan pecador?

La acusada de bruja compuso una cara de tan extrema candidez que por un momento hizo dudar a sus acusadores, al tiempo que les aseguraba de un modo convincente:

—Hombres santos, eso es una malvada mentira, una calumnia total, un perjurio asqueroso. Me declaro inocente. Absolutamente inocente. Tan inocente como un recién nacido de mujer honesta y bien casada por la santa iglesia. Lo que ocurre conmigo es que preparo unos venenos tan deliciosos que la gente muere de ganas de probarlos. Pruébenlos vuestras mercedes y me darán la razón.

La curiosidad es una característica muy arraigada entre los seres humanos, aunque encierra sus innegables peligros. Los santos varones de la Inquisición decidieron que los probarían para asegurarse de que ella decía la verdad. La soltaron un momento. Ella preparó uno de sus deliciosos venenos dentro de un gran caldero, como si de sangría se trata, y cuando lo tuvo listo dijo, risueña y fascinadora como un hada:

—Prueben mi veneno y ya no querrán probar ningún otro.

—Más te valdrá que no trates de engañarnos —dijo el jefe de aquellos mal vestidos de negro, poniendo cara de ser muy listo.

Se sirvieron un buen vaso del preparado que les había hecho Maruxina y, antes de que el buen Dios con la rapidez que le caracteriza contara hasta diez, cayeron todos ellos fulminados por el rayo maligno que les reventó las tripas.

La astuta bruja recuperó sus ropas y mientras se las ponía le dijo a la media docena de cadáveres que la rodeaban:

—Habéis muerto por una razón muy simple, estúpidos fanáticos. Habéis muerto porque antes estabais vivos, pues de lo contrario yo habría perdido mi tiempo.

A continuación, les vació los bolsillos a los envenenados y con lo reunido se pagó un carruaje que la llevó hasta el puerto donde un barco estaba a punto de partir rumbo a la Gran Bretaña. Se pagó el pasaje y para evitar la tentación de envenenar a algún manoslargaseimpúdicas, y meterse ella en problemas, se unió a un grupo de beatas con las que se pasó todo el viaje rezando rosarios. Maruxina era una mujer muy dúctil muy acomodaticia, y se acoplaba perfectamente a cualquier circunstancia.

Después de una terrible travesía con tempestades feroces, infernales, que obligaron a vomitar hasta al mismo capitán que por haber perdido en una batalla naval el suyo, le habían trasplantado el estómago de una oveja, por eso a veces cuando se enfadaba se le escapa algún que otro balido.

Desembarcaron por fin en la llamada, en tiempos de los romanos, Albión.

Mujer, convencido de que el hábito hace al monje, Maruxina entró en una boutique de lujo y se compró la ropa más elegante que tenían (los de la inquisición, sin ellos saberlo ni preocuparles pues les habían enterrado ya e iban camino de que el buen Dios les ajustase las cuentas, lo cual era razón para compadecerles).

Y ya tenemos a Maruxina convertida en dama políglota, pues su abusivo trasiego con hombres extranjeros le había servido para aprender algunos idiomas. Y en cuanto pudo se presentó en una fiesta aristocrática donde tuvo un enorme éxito con los hombres e hizo además algunas amigas gracias a haberles enseñado a realizar amarres que les permitieron hacerse con el hombre que querían cazar.

Y yendo de fiesta en fiesta, Maruxina conoció en una de ellas al malvado, famosísimo asesino Francis Drake, quién, después de acostarse varias veces con ella y disfrutar bestialmente, mucho más bestialmente que con ninguna otra de las mujeres conocidas nunca conocidas antes por él, le pidió que se fuera a vivir a su palacio y siguiese vaciándole la tinta de sus pelotas, vaciado que le causaba un inmensurable placer. Algunos de mis lectores, seguro que saben bien de esto porque el vicio es como el COVID, se contagia.

Gracias a su influencia, él colmó una de las ambiciones que más anhelaba la bruja hispana, que la concedieran el premio Golden Poison, un premio que, por aquel entonces, en la gran Bretaña equivalía al nobel de Medicina actual.

El premio se lo concedió la gran amiga de Francis Drake, la reina Isabel I, que lo nombró caballero porque se partían, a medias, este sanguinario pirata y ella, toda la riqueza que él obtenía saqueando y pasando a cuchillo y a pistoletazo mortal a los indefensos habitantes de puertos españoles y asimismo las indefensas naves españolas, construidas para llevar riquezas y no para combatir piratas desalmados y avariciosos.

Menos mal que a veces la justicia divina actúa, como así fue en el caso de este despreciable ladrón y asesino, y lo enfermó de disentería, enfermedad que le quitó la vida y con ella la maldad que la acompañaba y el disfrute de unos bienes obtenidos por medio del robo, el asesinato y la desvergüenza.

Para deshacerse de su cuerpo, a Francis Drake lo tiraron al mar donde realizó otra más de sus criminales hazañas: Envenenar con sus carnes a varios miles de inocentes peces hambrientos y desinformados.

Maruxina adquirió enorme fama en la corte británica, sirviendo veneno a los burgueses y aristócratas que querían deshacerse de personas odiadas o heredar antes de tiempo a su padres y familiares cercanos y, por si acaso, lejanos también. Según las malas lenguas hasta la misma soberana requirió de sus servicios más de una vez, de los que quedó tan satisfecha que lo premio de varias maneras. Los historiados cercanos, todos ellos anglosajones, silenciaron cualquier cosa que pudiese menoscabar o ensuciar el buen nombre y la castidad de la soberana.

Maruxina, por sus innegables méritos, consiguió el título nobiliario de Lady, y murió, feliz y cristianamente, en su suntuoso palacio rodeada de una corte de bellos efebos y gatos sin uñas. Que sepan, tomando estricto ejemplo, los puros de espíritu, los castigadores inmisericordes, que no todas las brujas fueron quemadas y asesinadas en nombre de la religión y la justicia. Aquí les he dejado un ejemplo demostrativo de que algunas, como Lady Maruxina, se salvaron y prosperaron gracias a su peligroso talento.

(Copyright Andrés Fornells)