EL MARIDO SE LO ESTABA BUSCANDO (MICRORRELATO)

(Copyright Andrés Fornells)
Anita Robles se encontraba muy animada y excitada. Aquella noche Alberto, su marido, un diputado muy cercano al presidente y por este motivo extremadamente atareado siempre, por fin después de semanas de no sacarla a parte alguna iba a llevarla a la fiesta que celebraba en su finca un acaudalado empresario.
Últimamente su matrimonio estaba pasando por una fase de tensión y distanciamiento debido a la desatención que por parte de su esposo ella sufría.
Dispuesta a estar radiante y recobrar la ardorosa pasión que en otros tiempos los había unido, Anita se sometió a todos esos artificios femeninos que convierten a las mujeres en irresistibles a los ojos de los hombres. Se lavó y peinó el pelo formando un artístico moño que resaltó el bello óvalo de su atractivo rostro, se depiló piernas y axilas y se maquilló con gran esmero empleando la cantidad adecuada de colorete, rímel y carmín. Tardó casi media hora en escoger un vestido que le fuera bien al tono de su piel y que favoreciera su bien proporcionado cuerpo. Finalmente, unos zapatos de tacones finos y altos realzaron su estilizada figura.
Se miró y remiró en el espejo desde todos los ángulos quedando plenamente satisfecha con la imagen que le devolvía la superficie azogada.
—Estoy guapísima, impresionante.
De pronto comenzó a vibrar el teléfono móvil que ella había dejado encima del tocador. Vio en la pequeña pantalla que la llamada provenía de su marido. Sonreía al abrir línea, pero su sonrisa se apagó como una vela tras un violento soplido. Su esposo, con voz compungida pidiéndole perdón le comunicó que a última hora tenía que quedarse con el señor presidente para ultimar el presupuesto anual que debían presentar al día siguiente en el congreso.
—Lo siento, mi vida, pero es un compromiso ineludible. No puedo negarme a una petición del presidente. Pero te compensaré, cariño. Lo juro. En las vacaciones del verano te llevaré a Miami.
Una furia devastadora se apoderó de Anita que cortó la comunicación soltando como si fuera un trallazo la palabra:
—Adiós.
Durante algunos minutos permaneció a la espera, las lágrimas rodando por sus mejillas y disolviendo parte del rímel conque había embellecido sus grandes ojos negros. Su marido no llamó ni trató de dorarle la excusa.
—¡Maldito desconsiderado! Ésta me la vas a pagar —masculló ella entre sollozos.
Se dirigió al cuarto de baño y refrescó su rostro dejando en la toalla la parte de máscara que todavía rodeaba sus ojos. Encajó las mandíbulas. Un volcán de furia rugía dentro de su pecho. Esta vez iba a llevar cabo la decisión que después de sufrir tantas decepciones por parte de su cónyuge había ido hilvanando poco a poco.
En el tercero “A” vivía un joven atlético y apolíneo que en más de un encuentro con ella en la entrada del inmueble o en el ascensor la había piropeado y atrevido a sugerirle los paradisiacos placeres que él podría procurarle si ella se lo permitía. En su bolso tenía la tarjeta que él le dio en cierta ocasión.
Anita se lo pensó muy poco. Se hizo con la tarjeta y marcó el número del móvil de su apuesto vecino. Cuando aquél le contestó dijo:
—Me encuentro muy aburrida esta noche. ¿Puedes tú ofrecerme un poco de diversión?
Sonó entusiasmada la voz del atarzanado joven al responderle:
—Puedo ofrecerte un universo de diversión, reina de la belleza. Sube inmediatamente a mi casa y te juro que no te arrepentirás. Te llevaré conmigo al paraíso de los placeres supremos.
Esbozando una malévola, vengativa sonrisa, Anita caminó decidida hacia la puerta de salida de su lujoso apartamento.

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