LOS TRES AMORES DE TINO (MICRORRELATO)

Tino Mendoza, antes de sumar un tercero, había mantenido durante mucho tiempo dos únicos grandes amores: su celular y su cariñosísima mamá. El celular le mantenía en continuo, imprescindible contacto, con amigos y familiares, y Carmen, la buena mujer que lo trajo al mundo, lo mimaba con extraordinaria ternura, le regalaba el paladar con suculentas comidas, y cuidaba con el máximo esmero de su ropa y de su calzado.
Últimamente, Carmen, la devota y atentísima madre de Tino, mostraba a su hijo la notoria preocupación que la embargaba.
—Me tienes angustiadísima, corazón mío. No hago otra cosa que prepararte riquísimas y nutritivas comidas y tú sigues cada vez más delgado y con una palidez de cara que mejora la de muchos muertos. Deberías consentir que te lleve al médico y descubramos si padeces de alguna enfermedad que te está consumiendo.
—Que no me pasa nada, mamá —rechazaba Tino con firmeza—. De verdad. Yo estaré todo lo pálido que tú quieras, pero me siento muy bien de salud y la sangre que corre por mis venas es deliciosa.
—¡Que sabrás tú sobre si la sangre de tus venas es deliciosa, ignorantón! —contrariada la buena mujer.
Ante esta muestra de duda materna, Tino sonreía misteriosamente y pensaba (que no decía): “Claro que sé que mi sangre es deliciosa, mamá, me lo dice la vampira de mis amores cuando bebe de ella una cariñosa dosis todas las noches”.
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