LOS SUEÑOS DE NIKITA (MICRORRELATO)

Hace mucho, mucho tiempo, cuando yo era un niño de pantalón corto y camiseta, prendas heredadas de mis hermanos mayores, que conmigo salían limpias de casa y yo las regresaba sucisimas, tenía un compañero de juegos que se llamaba Nikita. Mi compañero de juegos llevaba ese nombre por capricho de su padre que era gran admirador de Nikita Kruschev, admiración que motiivaba el hecho de haber él nacido zurdo. 

Mi amigo de la infancia, Nikita, fue la única persona conocida por mí que, de golpe y porrazo, sin poner intencionalidad alguna por su parte, consiguió convertir dos sueños que tuvo , uno detrás del otro, seguidos, en otras tantas realidades.

Cierta noche Nikita soñó que al pie de un árbol centenario que tenían en el patio de su humilde y vetusta vivienda había enterrado un tesoro. En cuanto Nikita despertó, le dijo a su padre el sueño tan estupendo que había tenido, y su padre que se ilusionaba con facilidad, repartió herramientas entre todos los miembros de su familia y los puso a cavar en el sitio soñado por su hijo Nikita.

Cavaron y cavaron hasta llegar tan hondo que se hubiera dicho era su propósito hacer un pozo y, por fin, encontraron dos grandes ollas llenas de monedas de oro y valiosas joyas.

El júbilo de los esforzados miembros de esta modesta familia fue extraordinario, desenfrenado, apoteósico. De un día para el otro pasaron de ser míseros supervivientes hambrientos, a capitalistas despilfarradores.

Visitaron carísimas boutiques y se vistieron como príncipes. Pasaron de tener una cochambrosa bicicleta para todos ellos, a adquirir una ostentosa limusina. Pasaron de tener un diminuto frigorífico con telarañas dentro por todo contenido, a un colosal frigorífico que cogía media cocina el cual llenaron de jamones serranos y muchas otras exquisiteces alimenticias que, hasta entonces, muertos de envidia, sólo habían visto comérselas a otros, en los anuncios televisivos.

Terminado el gran banquete que se dieron, todos los miembros de aquella familia super feliz, se acostaron con la barriga tan llena que fue milagro no les reventara.

Aquella noche Nikita soñó que un grupo de ladrones les robaban cuanto tenían y, al día siguiente toda aquella familia tan próspera horas atrás, se quedó como única propiedad individual los lujosos pijamas que llevaban puestos.

Nikita, todavía el día de hoy, pasados treinta años, por miedo a los disgustos y desengaños que uno puede llevarse con los sueños, al acostarse toma todas las noches unas pastillas que impiden, al que las toma, soñar.

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