LOS HIJOS SE ENCUENTRAN TAN BIEN EN EL HOGAR DE LOS PADRES (RELATO)
(COPYRIGHT ANDRÉS FORNELLS)
José Suarez y Pilar Martínez son un matrimonio de edad avanzada. Los dos están jubilados y cuentan con una pensión que no les llegaría para alcanzar el final de mes, si no fuese porque José trabaja en una pequeña industria clandestina fabricando zapatos, oficio que tenía antes de retirarse llegada su edad de jubilación.
—¿Te parece que debería llevarles los desayunos a la cama a nuestro hijo y a su novia? Anoche regresaron muy tarde de la discoteca y tendrán pocas ganas de levantarse, y si no se lo llevo son capaces de marchar al trabajo con el estómago vacío.
—¡Ay, qué madraza eres! Haz lo que quieras. Yo me voy a lo mío. Hasta luego.
José Suarez coge la tartera que le ha preparado su mujer para comer al mediodía y se marcha después de darle un cariñoso beso en la frente.
Pilar Martínez lleva los desayunos al hijo de 40 años y a su chica de 35, que empiezan a comerlo con prisas, conscientes de lo tarde que se ha hecho.
De otro cuarto aparece Merche, su hija de 45 años, vestida únicamente con bragas y sujetador, exigiéndole prendas de ropa que su madre se comprometió a lavarle y plancharle.
—Lo tienes todo ahí encima del sofá. ¿Te preparo el desayuno?
—No. Me tomaré solo un zumo. Quiero perder los dos kilos de peso que he cogido por culpa de las suculentas comidas que preparas siempre, mamá.
—No habrías cogido ese peso si no te pusieras platos tan colmados.
—Ya, pero es que cocinas tan bien, mamá, que es imposible resistirse.
Transcurren algunos minutos. La madre va a recoger la ropa sucia que su hija de 45 años ha dejado por todas partes de su habitación. Esta hija, su hijo y la novia de este último abandonan la casa a la carrera.
Pilar suspira. Se lleva las manos a los riñones dobla un poco el cuerpo hacia atrás, le dice a su voluntad que nunca se ha rendido y tampoco va a hacerlo ahora, y recoge más ropas del suelo y mientras las coloca todas dentro de la lavadora habla sola, costumbre que lleva algunos años realizando:
—Tengo un hijo de 40 años y una hija de 45, que siguen dándome más trabajo que cuando eran chicos. Y es que una mujer no se jubila nunca, le llegue la edad que le llegue. ¿Pero qué puede hacer una si les quiere con toda su alma?
Dos horas más tarde Pilar, hecha ya la mayor parte de sus labores diarias se deja caer, exhausta, en el sofá, dispuesta a disfrutar de media hora de reposo viendo un culebrón que le encanta, en el cual mujeres elegantes y sofisticadas, llenan su ociosidad yendo de compras, cometiendo infidelidades y abusando de doncellas, criados, chóferes y jardineros mal pagados.
De pronto la sobresalta el timbre de la puerta. Se pregunta:
—¿Quién será a estas horas? Como sea un vendedor no le compraré nada. No está nuestra pobre economía para gastos superfluos.
Abre la puerta y se encuentra a su hijo mayor 48 años, que trae dos maletas y otros tantos niños cercanos a la adolescencia.
—¿Qué ocurre, Isidro? ¿Por qué vienes a estas horas con los niños? ¿No tienen clase hoy?
—Ahora te lo cuento, mamá, no voy a hacerlo aquí afuera para que se enteren todos los vecinos.
—Hola, abuela —dicen los niños, le dan un beso rápido en las mejillas y corren a tirarse en el sofá y hacerse dueños del mando a distancia.
En cuanto se cierra la puerta Isidro se echa en brazos de su madre y, entre sollozos le cuenta que su mujer lo ha echado de casa cansada de mantenerlo, y que los niños se han querido venir con él porque ella cocina tan bien, mientras su madre los tiene aburridos dándoles a comer precocinados.
Pilar, mientras mantiene a su hijo abrazado piensa en proponerle a su marido irse ambos a un asilo de ancianos y disfrutar, por fin, de un poco de reposo y paz, pues morirse todavía no les apetece.