LOS BESOS DE LAS ABUELAS (MICRORRELATO)

Es una guardería como tantas otras. En sus paredes figuras de payasos y de animales pintados en un estilo naif. La educadora infantil que se cuida de un grupo de niños está hablando, animadamente, por su móvil. Es muy joven y moderna. Lleva una blusa escotada y una falda alargada por su parte más baja. Este alargue fue forzado por la directora de este centro de enseñanza por haberla ella considerado demasiado corta. Quien conversa con la chica es su novio, del que está locamente enamorada. Demuestra todo el tiempo su nerviosismo tocándose el pelo unido detrás de su nuca por una cola de caballo, enredando sus dedos en él, cruzando y descruzando sus largas y bonitas piernas. De vez en cuando se ríe, coqueta, encantadora, excitada.
A escasos dos metros distanciados de ella, dos críos muy pequeños mantienen una conversación totalmente diferente a la suya con su chico.
—Tienes una abuela muy antigua. Viste de negro y cubre su cabeza con un pañuelo negro también.
—Sí, mi abuela es muy antigua. Mi abuela es de pueblo. Por eso, porque es de pueblo, tiene que vestir todo un año de ese modo porque se murió mi abuelo, su marido.
—¿Y después de un año viste tu abuela ropas de colores?
—Creo que sí.
—He visto que te besa en la cara cuando se despide de ti en la puerta de la guardería.
—Sí. La abuela tuya también se despide de ti dándote un beso en la cara.
—No me gustan los besos de mi abuela. Huelen a cosa rara.
—¿A qué cosa rara huelen?
—A esa cosa roja que se ponen en la boca muchas mujeres.
—¿A perfume?
—Sí, será a eso. Tu abuela he visto que no se pinta los labios. ¿A qué te huelen sus besos.
—Frecuentemente me huelen a ajos. Le gustan mucho. Ella dice que son medicinales. Le mejoran la circulación de la sangre y evitan que se resfríe.
—Qué rara es tu abuela. Uf, qué asco debe darte que te bese.
—Todo lo contrario, me gusta mucho que me bese. Los besos de mi abuela son mágicos. Me alegran el corazón.
Su interlocutor le dirige una mirada de desaprobación y afirma despectivo:
—Tu abuela es una mujer muy rara y tú también.
—No es cierto. Mi abuela es una persona muy especial y yo también —encarándose con el pequeño que acaba de emitir esta opinión negativa.
—Je, je, especial… No quiero jugar ya más contigo… Devuélveme el cochecito que te he prestado.
—Toma y, como dice mi abuela: Métetelo donde te quepa.
--¡Ordinario!
--¡Tonto!
Los dos chiquillos se separan disgustados.
La educadora se despide de su enamorado con varios besos. Guarda el teléfono dentro de su bolso, suspira profundamente, sus bien proporcionados senos se marcan notoriamente en su blusa estrecha. Regresa a la realidad y alzando la voz anuncia a los niños que están a su cargo:
—¡Acercaos todos a mí que vamos a cantar la canción del elegante! ¡Venga, daos prisa! ¡Parecéis tortugas!
(Copyright Andrés Fornells)