LO LLAMÓ UN BUEN AMIGO, MARGINADO COMO ÉL (RELATO)

José Sinperras, dentro del lavabo de su cochambrosa cocina estaba limpiando los cacharros que había empleado en su frugal desayuno, que consistió en una cebolla, dos rebanadas de pan para celiacos, caducado y un tazón de leche hervida. Realizó esta tarea tal como le había enseñado su madre, antes de que él se independizara: o sea fregado a mano, con detergente y agua. Una vez limpios aquellos enseres los iba colocando en un muy deteriorado escurridor de plástico blanquecino y con grietas.
Como si hubiesen estado esperando a que terminase, sonó entonces su viejo teléfono móvil que mantenía su integridad con la ayuda de cinta aislante. Antes de cogerlo soltó un taco tan gordo que, de haberlo escuchado su santa madre, escandalizada, habría fallecido de nuevo.
—¿Quién leches será? —murmuró disgustando:
Secó sus manos mojadas en el culo de sus sucios pantalones vaqueros, y cogió el aparato de encima de la mesa coja donde lo tenía. Abrió línea y dijo mostrando fastidio:
—¿Sí…?
—¿Eres José? —quiso cerciorarse una voz estropeada por el tabaco y el alcohol.
—Sí, todavía soy José. Dime, que demonios quieres, Pedro —reconociendo la voz conca del que llamaba.
—¿Qué estás haciendo?
—¿Has tardado una semana en acordarte de mí? —recriminó.
—Tampoco tú me has llamado en siete días. Te repito la pregunta: ¿qué estás haciendo ahora?
—Lo que solía hacer mi mujer antes de que me abandonara por entender ella que soy un machista y un vago.
—Por cierto, ¿cómo está ella?
—Se ha salido con la suya. Encontró por fin a alguien que la ha dejado preñada.
—Debe sentirse muy feliz.
—No creo.
—¿Por qué dices que no crees que María se siente feliz ahora?
—Porque se ha quedado en el paro y, encima, su preñador la ha abandonado.
—Joder, qué mala suerte, ha tenido María. Seguro que te ha llamado diciéndote que quiere volver contigo.
—Exacto. Lo ha hecho.
—¿Y tú que le has contestado?
—Que puede regresar conmigo, cuando tenga un empleo que pueda mantenernos a los dos, pero sin su madre que es una bruja.
—¿Y ella ha aceptado eso?
—Todavía no. Pero terminará aceptando. No todo el mundo está conforme con convertirse en el padre del hijo de otro.
—Yo mismo no lo aceptaría. Joder, qué buen corazón tienes, José.
—Siempre lo he tenido. Por eso saqué a mi madre del asilo donde la había llevado mi hermano mayor y la llevé a otro que a ella le gustó más porque tiene un bellotero en el jardín. El bellotero es el árbol favorito de ella, de nuestra madre.
—José, ¿de qué vives ahora que se te terminó el subsidio de paro?
—Llevo el jardín del chalecito de un guiri con pasta.
—¿Es un trabajo muy duro? —con evidente preocupación en el tono de voz, pues Pablo le tiene genuino aprecio.
—No haré nada en ese jardín hasta dos o tres días antes de que su dueño venga a pasar una temporadita en su vivienda, y que será dentro de dos meses.
—¡Qué alivio siento por ti!
—¡Y yo! ¿A ti sigue manteniéndote tu tía solterona?
—Sí, la quiero muchísimo. Es una santa —evidenciando sincero afecto—. Oye, José, ¿crees que te gustará ejercer de padre? Tú huiste siempre de responsabilidades.
—Seguramente no me gustará ejercer de padre, pero si me sale bueno y agradecido ese hijo de otro, quizás consiga que tenga el buen corazón de mantenerme cuando él llegue a la edad de trabajar.
—A eso se le podría llamar una inversión a largo plazo.
—Sí, podría llamársele así. ¿Tu tía sigue de ejercicios espirituales en ese monasterio al que va todos los años?
—Sí, permanecerá allí hasta las semana que viene.
—¿Qué comida harás este mediodía?
—Ayer recogí un puñado de espárragos silvestres y tengo en la nevera cuatro huevos. Pienso hacer una buena tortilla con todo eso.
—Añade dos bollos de pan y vendré a comer contigo cargado con media docena de cervezas. ¿Mola?
—Digo. El que tiene un amigo, tiene una mina.
—¿Lo dices por mí?
—Lo digo por los dos.
—Sigues esa vieja costumbre tuya de comer a la una.
—Sigo.
—Pues a esa hora me reuniré contigo.
—No se te vaya a olvidar de traer las cervezas, como ya has hecho alguna otra vez.
—Últimamente, ha mejorado mucho de mi brote de Alzheimer.
Los dos buenos y antiguos amigos cortaron la comunicación. José tuvo un pensamiento preocupante: ¿Le dejaría el dueño de la Bodega El Zurdo llevarse media docena más de cervezas a crédito? Su deuda con él era ya muy elevada. <<Bueno hay que confiar… casi siempre en la bondad humana. Le tocaré su fibra sensible; le hablaré de la buenísima persona que era su padre, al que tanto admiró siempre>>.
(Copyright Andrés Fornells)