LITO ENTREVISTÓ A UN ABUELO CENTENARIO (RELATO)

LITO ENTREVISTÓ A UN ABUELO CENTENARIO (RELATO)

Un grupo de chicos de primaria decidieron crear un periódico digital. Los redactores de ese periódico escribían sobre temas que les resultaban de interés a sus lectores que solían tener una edad parecida a la de ellos.

Lito, que había asumido el papel de redactor jefe, se enteró de que en su calle vivía un hombre llamado Abel que había alcanzado la poco habitual suma de cien años, y le pareció sería de sumo interés entrevistarlo. Con esa intención se presentó un día en su casa. Este anciano vivía con Ángela, la hija suya de 72 años. Cuando ella respondió a su llamada al timbre abriéndole la puerta, Lito le expuso su deseo. Ella le dijo que esperase a que preguntase a su padre si quería atender a un chico que quería hacerle unas preguntas.

Aquel anciano llamado Abel consintió en concederle una entrevista de unos pocos minutos. Su hija Ángela lo condujo hasta un saloncito. Junto a la ventana del mismo estaba el hombre centenario. Tenía un libro entre sus manos muy arrugadas, en su rostro muy arrugado también llevaba puestas unas gafas de montura antigua. Llevaba bien peinados los pocos cabellos blancos que aún quedaban en su cabeza. La expresión de su cara y la mirada que dirigieron al visitante sus cansados y descoloridos ojos marrones fue paciente y bonachona.

—Hola, señor, —saludó Lito impresionado por el carisma que desprendía este hombre muy mayor (Matusalén) pensaba llamarlo en el escrito suyo.

—Hola. Me ha dicho mi hija que te llamas Lito. ¿Es un nombre cristiano?

—Sí, es el recorte de Manuelito. ¿No le gusta?

—¿Te gusta a ti?

—Sí, a mí me gusta.

—Pues eso es lo que vale.  

A Lito le estaba gustando hablar con este hombre. Poseía la cualidad de hacerle sentirse cómodo, próximo a pesar de la montaña de años que los separaba. Sacó una libretita donde tenía apuntadas algunas preguntas que deseaba hacerle.

—Si usted me lo permite le haré unas pocas preguntas y si usted es tan amble de responderlas yo las publicaré en el periódico digital que hemos creado varios alumnos de mi clase.

—Adelante con las preguntas —dijo el anciano quitándose las gafas, sentía sus ojos cansados, cuando llegó este chico se disponía a cerrarlos y darles descanso. Lo haría cuando el muchacho se marchase.

—¿Ha llegado usted a centenario porque nunca ha bebido ni ha fumado ni ha tomado drogas?

—Si no consideramos drogas al vino y al tabaco, los consumí durante algunos años. Hasta que me di cuenta de que podían perjudicar mi salud y no debía seguir consumiéndolos, a cambio del placer tan pequeño que me procuraban. Las drogas que llaman fuertes, nunca quise probarlas ni por curiosidad. Mi inteligencia me ayudo en ello.

—¿Asistió usted a gimnasios para mantenerse en forma?

—No, nunca. Pero tuve siempre trabajos duros y los practiqué hasta el agotamiento. Ejercí varios oficios duros. Fui albañil, peón caminero, leñador y además llevé siempre una pequeña huerta que me ayudara a alargar la mala paga que siempre hemos recibido los obreros.

—Soy muy indiscreto si le pregunto: ¿si es usted de derechas, de izquierdas o de centro?

El anciano emitió una cascada risa burlona.

—Cuando todavía me dejé engañar, fui de izquierdas. Luego me di cuenta de que lo único que buscan los partidos políticos es engañar y enriquecerse quienes los dirigen. Me olvidé de que existen esos partidos. Si toda la gente lo hiciese así, viviríamos en un mundo mucho mejor y más justo.

Lito procuraba ponerse en el papel de un buen reportero y no sorprenderse de nada de lo que respondía su interrogado. Y de pronto se le ocurrió algo que no tenía preparado y que improvisó:

—Si dejasen de existir los partidos políticos como se gobernaría a la gente.

El anciano sonrió por primera vez desde Lito y él estaban juntos.

—Lo ideal sería que robots más inteligentes, generosos y bondadosos que los seres humanos se encargasen de gobernar el mundo.  

Lito escribió, con entusiasmo, esta respuesta convencido de que su reportaje sería el mejor de todos cuantos se habían hecho para el periódico en el que tomaba parte activa. Recordó que cuando propuso a sus compañeros lo que se proponía hacer le dijeron que no merecería la pena porque todos los viejos eran unos amargados sin ningún criterio ya.

—Señor, ¿a usted hay algo que lo alegre?

—Sí, hay una cosa que me alegra muchísimo: despertar por la mañana y descubrir que sigo vivo, pues estar vivo es lo mejor y más maravilloso que existe. Y voy a darte un consejo, que ni tú me has pedido ni tienes porque seguirlo: procura vivir sin aprovecharte de nadie, sin hacer daño a nadie y sin dejar que el odio entre dentro de ti y te envenene el corazón. Buenos días, Manuelito.

—Buenos días, y gracias por el tiempo que me ha dedicado, señor Abel.

Esta entrevista fue, por encima de cualquier otra razón, la que motivó que Lito se dedicase al periodismo y mantuviese, dentro de su profesión, las condiciones que lo honraron: de honestidad, imparcialidad y veracidad.

(Copyright Andrés Fornells)