LAS MIRADAS DE ALFONSINA (RELATO)
El arma más extraordinaria que Alfonsina poseía era su mirada verde esmeralda. Una mirada que cuando la disparaba hacia mí yo la sentía entrar por mis ojos alojárseme inmediatamente en el corazón y llenarlo de ternura. Las balas de Alfonsina no me mataron nunca, sino todo lo contrario le dieron vida a mi felicidad de perdedor nato.
Lo que a mí me mató de verdad fue que Alfonsina no pudiese dispararme más balas con su mirada.
Nunca le perdoné a su marido, la crueldad que cometió con nosotros de irse de director de banco a una sucursal de provincias, llevarse a Alfonsina con él, e imposibilitarnos a ambos de continuar, Alfonsina disparándome con la maravillosa arma de su mirada verde esmeralda, y a mí seguir recibiendo esos prodigiosos disparos suyos que me entraban por los ojos, alcanzaban mi corazón y le daban vida a mi inmensa felicidad, esa felicidad melancólica de los amores imposibles y además adúlteros por parte de ella, pues yo seguía soltero.
Ahora solo confío en que las lágrimas que derramo por ella, por lo muchísimo que la echo de menos no perjudiquen a mis bellos ojos negros. Hinchados los tengo todo el tiempo. Mi madre me dice que esa hinchazón, facialmente me favorece, pero las madres, ya se sabe, el amor que nos tienen consigue que nos vean maravillosos, tanto si lo somos como si no.
Suena mi móvil. Me estalla de gozo el corazón. Abro línea. Escucho un milagro inesperado. ¡Alfonsina ha abandonado a su marido, acaba de subirse a su coche y en cuanto lo ponga en marcha viene a toda velocidad a reunirse conmigo!
Ahora ya no lloraré nunca más. ¡Nunca más!
—¡Celso! —me llama mi madre que está en la cocina—. ¡Ven a pelar las cebollas, hijo!
(Copyright Andrés Fornells)