LAS JUSTAS RECLMACIONES DE UN BURRO (RELATO)
LAS JUSTAS RECLAMACIONES DE UN BURRO
(Copyright Andrés Fornells)
Perico Zapatones era campesino, cuarentón, tosco y macrópodo. Según su mujer, Lucrecia Boniato, su marido, en materia de lucidez la había gastado toda en el exagerado crecimiento de sus pies pues éstos, por su exagerado tamaño cabían en los descomunales zapatos falsos que se ponen los payasos del circo para asombrar y hacer reír, especialmente a la grey infantil, logro que consiguen más de tarde en tarde, que de temprano en temprano, pues los niños actuales, contagiados de la amarga seriedad de muchos adultos, cada vez tienen la risa más difícil de mostrar.
Persona muy comunicativa (aunque poca gente encontraba con la paciencia y la bondad suficientes para escucharle), Perico Zapatones camino del pedazo de tierra mala y tacaña que poseía, bastante alejada del pueblo (terruño heredado de su campesino progenitor), solía hablarle a lo largo del trayecto a su casi siempre cabizbajo burro, y como el animal cabeceaba todo el tiempo, Perico Zapatones interpretaba que su asno, en todo cuanto le decía estaba de acuerdo con él.
—Mi mujer tiene muy mal carácter y encima es muy criticona. A mí no me pasa una. Para que no me ponga como los trapos, cada vez que tengo necesitad de echarme un cuesco tengo que salir al patio, quitarme uno de los zapatos y apretándolo contra mi trasero amortiguar el ruido que suelto, porque también eso me afea ella diciendo que mis cuescos carecen de musicalidad. Que entenderá ella de eso, si ni tan siquiera silbar sabe.
Pero cierta mañana Perico Zapatones se llevó con su burro tan extraordinaria sorpresa, que comenzó a atorársele el bombeador de sangre. Extraordinaria sorpresa debida a que, de pronto, su cabeceante asno rompió a hablar en un castellano tan puro que no lo habrían mejorado los oriundos de Valladolid y de Salamanca:
—Quieres dejar ya de quejarte, explotador de mierda. El que, con toda la razón de este mundo tiene derecho a quejarse soy yo, que me tienes trabajando un montón de horas diarias, no me pagas sueldo ninguno, no me das un día libre a la semana, tampoco me das vacaciones, no me tienes afiliado a la Seguridad Social y encima no me permites tener novia, con lo necesitado que yo estoy de tener de vez en cuando un buen desahogo. Así que haz el favor de callarte o te arreo una coz en el culo que te dejo imposibilitado para sentarte durante una semana entera. ¡Estás avisado!
Perico Zapatones no pudo satisfacer ninguna de las justas reclamaciones que le había expuesto su pollino porque, después de escucharle hablar con tanta sensatez y calidad lingüística, le dio a él tan fuerte pasmo que se le declaró en huelga el corazón, y todos sabemos lo dañina, fatídica y definitiva que esa clase de huelga es.