LAS ENSEÑANZAS DE MI ABUELO SILVINO (MICRORRELATO)
(Copyright Andrés Fornells)
Mi abuelo Silvino, una de tantas noches en que nos habíamos sentado ambos en viejas sillas de anea, en el porche de su casita de campo, a contemplar las estrellas, me enseñó humildad diciéndome:
—Esas estrellas que estamos viendo ahora, y que tan pequeñas nos parecen desde aquí, por los millones de años luz que nos separan de ellas, son tan enormes que, si nosotros nos pusiésemos al lado de una de ellas, seríamos infinitamente más pequeños que una mota de polvo.
—No me digas esas cosas, abuelo, que me asustan —le pedí.
—Te las digo para que te esfuerces siempre en ser humilde, pues la máxima sabiduría de un hombre consiste en ejercer la humildad.
Mi abuelo Silvino, otra noche que nos sentamos en el porche a contemplar las estrellas, estaba yo tan apenado por las malas notas que había traído del colegio que, echándome a llorar, le dije que lloraba por la pena que me daba ser tan tonto. Él comenzó a acariciarme el pelo, cariñosamente, y me dijo con la seguridad que demostraba en sus juicios:
—No te preocupes por las malas notas, chiquillo. Lo que de verdad importa es tu esfuerzo. El esfuerzo que realizas por lograr que las notas sean buenas. Y no eres un tonto. Llevas dentro un genio. Todos los niños lleváis un genio dentro. El problema consiste en saber, un día, abrir la puerta del cuarto oscuro donde tenéis a ese genio encerrado y sacarlo a la luz.
En esas noches con mi abuelo Silvino, contemplando ambos el cielo, aprendí cosas más importantes que las enseñadas por mis maestros y por muchos de los libros con que pretendieron educarme.