LA NOSTALGIA DEL EMIGRANTE (MICRORRELATO)

(Copyright Andrés Fornells)

Por si nadie lo ha dicho hasta ahora, lo digo yo: Emigrar es marchar a un país extraño, por lo general lejano, cargado con el sufrimiento de dejar medio corazón atrás, empujado por la necesidad, por la esperanza de encontrar en otro lugar la posibilidad de sobrevivir. Posibilidad que se le niega allí donde nacio, allí donde ha estado siempre.
Me ha inspirado estas breves líneas una fotografía antigua. Una fotografía que cada vez que la miro, de pena se me encoge el corazón. La fotografía que estoy mencionando perteneció al hijo mayor de mi abuela Rosa. Ese hijo primogénito suyo se llamaba Carmelo. Vivían todos en un pueblo muy  pequeño donde un par de latifundistas eran dueños de toda su riqueza, y todos los demás no poseían nada. Carmelo protestó por la injusticia que sufrían los obreros de ese municipio, forzados a largas jornadas de trabajo a cambio de sueldos de miseria que, más que sueldos eran una tacaña limosna. El latifundista que explotaba a los obreros lo despidió por revolucionario, por alterar la paz social con sus arengas.
Carmelo con la ayuda de la familia reunió el dinero suficiente para emigrar a Cuba. A los pocos años de estar viviendo y trabajando allí, enfermó. Un compañero de trabajo le envió a mi abuela una carta en la que le contó que a su hijo Carmelo le llegó la muerte cuando estaba ahorrando para regresar a la tierra y a la casa donde había nacido, porque su última voluntad era morir allí. De lo que había ahorrado, si fue mucho o poco, nunca se supo.
Por eso he comenzado este breve y sentimental escrito diciendo que, el emigrante, cuando abandona su país deja en él la mitad de su corazón y desespera todo el tiempo por recuperar porque la aoñoranza no le deja ser feliz en parte alhuna. Algunas veces, como le ocurrió a ese lejano pariente mío, no consigue regresar y muere, para tristeza suya, en tierras que siempre le serán extrañas.

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