LA MODA DE FLAVIO PERSIANA (MICRORRELATO)
Verano. Terraza de un bar situado en un barrio obrero. Sillas y mesas de plástico. En letras grandes, muy visibles, la marca de la cerveza que promocionan. El sol acaba de asomarse por encima de los bloques de pisos baratos y mal orientados. Un toldo requemado procurará sombra a los clientes de este establecimiento cuando ese disco calentorro comience a abrasar.
Es sábado y dos compañeros de trabajo, jóvenes ambos, acostumbrados a madrugar, hoy, que no trabajan se han levantado temprano también. En su casa tomaron café. Ahora se hallan tomando cerveza, según ellos, para quitarle a sus bocas el mal sabor de la infusión.
Sus padres no se complicaron la vida lo más mínimo a la hora del bautismo: A uno le pusieron Pepe y, al otro, Paco. Ninguno de los dos es alto, guapo ni afeminado. No tienen novia, pero si salen con dos chicas que discrepan con ellos, en desear ellas casarse con ellos por la iglesia, y ellos quieren seguir solteros pero haciendo vida de casados.
Hablan, porque beber callados, como que no sabe tan bien lo que uno bebe. No van a hablar de trabajo porque eso también le quita el buen gusto a la bebida. Ambos son imaginativos y con mentes imprevisibles, creativas y críticas
—Oye, Paco, ¿tú sabes quien creó la moda de los vaqueros rotos?
—Creo que fue un millonario que se los vio puestos a un desgraciado sintecho, lo encontró original y decidió vestirse él del mismo modo.
—Pues Flavio Persiana, que se gasta en morapio todo lo que gana trabajando de peón de albañil, acaba de crear la moda de llevar los pantalones del revés.
—¿Y cómo se le ha ocurrido eso, a ése que tiene menos inteligencia que un palustre sin mango?
—Se acostó borracho una noche, a la mañana siguiente le duraba todavía la cogorza, se puso los pantalones del revés, salió así a la calle, lo vio un diseñador, lo ha patentado y se va a forrar con ello.
—Para que tú veas, las modas no las crean los grandes diseñadores de las firmas famosas, sino que las crean personas que no saben nada de moda, como tú y como yo.
—O como Flavio Persiana.
—Pepe, ¿nos tomamos otra cerveza?
—No. No me da tiempo.
—¿Dónde tienes que ir? Hoy no trabajas. Hoy tenemos el día para disfrutar.
—Tú lo has dicho: hoy tenemos el día para disfrutar. Y eso voy a hacer yo. A las nueve y media se van al pueblo los padres de Julita, y ella y yo lo aprovecharemos para matarnos a besos, y a lo otro, en la cama grande de ellos.
—Qué suerte tienes, gachó. La Puri y yo seguimos apañándonos, malamente en el asiento de atrás de mi coche.
—Mi abuelo siempre dice que la suerte no es para el que la busca, sino para el que la encuentra. Te dejo. Me corre prisa.
—¿Cuándo nos vemos tú y yo de nuevo?
—No podrá ser hasta las siete de la tarde, una hora antes de que vuelvan del pueblo los padres de Julita.
—¿Todo ese tiempo pasarás con ella? —incrédulo Paco.
—Bueno, es que no estaremos todo el tiempo: Dale que te pego, tendremos que hacer de comer y plancharme ella un par de camisas.
—Espera, como no lo vas a emplear, déjame las llaves de tu coche que es todo él más grande que el mío y tiene los asientos de atrás también más grandes.
Paco le da las llaves de su vehículo, y abandona a su compañero de trabajo. Sonríe todo el tiempo. En sus ojos un brillo desvergonzado. El sol ha empezado a pegar fuerte. Paco busca la acera donde da todavía la sombra.
Es sábado, luce un sol espléndido y la gente, al igual que cualquier otro día de descanso laboral, intentará ser feliz como puede.
(Copyright Andrés Fornells)