LA CODICIA MATA Y LA RELIGIÓN TAMBIÉN (RELATO)

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LA CODICIA MATA Y LA RELIGIÓN TAMBIÉN
En esa truculenta época en que los codiciosos y crueles piratas atacaban naves para quedarse con las riquezas que llevaban, esclavizar a algunos de los hombres capturados y quedarse para su disfrute carnal las mujeres apresadas, hubo un encarnizado combate naval entre dos barcos piratas muy poderosos y temibles. El resultado de aquel feroz y cruento combate fue que los filibusteros de la embarcación perteneciente al sanguinario Barbanegra perecieron todos menos uno, a manos del no menos sanguinario Tuerto John. El que salvó su pellejo en este terrible encuentro fue el lugarteniente de Barbanegra, llamado Pierre Le Menteur, un francés ex monástico que dejó los silencios y la paz del monasterio por el divertido estruendo, el saqueo y la muerte, convertido en un destacado cañonero que sonreía sádicamente cada vez que de un cañonazo hacía saltar por los aires enemigos y pedazos de sus barcos.
Cuando iban a pasarlo a cuchillo, Pierre le Menteur dijo al despiadado Tuerto John, que disfrutaba al máximo, con el único de sus ojos, del tremebundo espectáculo que le ofrecían los enemigos sacrificados bárbaramente en su presencia:
—Magnánimo señor, si salvas mi vida, te diré dónde enterró mi jefe su fabuloso tesoro.
Pierre le Menteur cometió un error empleando esta estrategia con la intención de salvar su vida porque le torturaron despiadadamente para que sacarle por medio de la tortura donde se hallaba enterrado el tesoro y, al confesar finalmente Pierre le Menteur que se lo había inventado todo, que no existía tal tesoro, no le creyeron y siguieron torturándole hasta la muerte.
Meses más tarde, en una batalla que mantuvieron los piratas del Tuerto John con dos naves cristianas, murieron todos sus hombres y él, Tuerto John, recordando la estrategia de Pierre le Menteur, dijo al capitán don Carlos el Católico que comandaba los barcos vencedores, que si respetaban su vida les diría donde tenía enterrado un fabuloso tesoro.
Don Carlos el Católico por cuyas venas corría sangre muy azul, que era además un fanático creyente, y que no quería más riqueza que la inmensa que ya poseía por herencia y por heroicas misiones realizadas por heroicos antepasados suyos contra los infieles, dijo a su lugarteniente el capitán Alfredo de Córdoba:
—Que lo cuelguen del palo mayor por ateo y por intentar sobornarme. Eso le servirá de escarmiento. ¡Alabado sea el Señor y que Él se apiade de su sucia alma!
—¡Amén! —todos sus hombres a coro.
Y minutos más tarde, un puñado de gaviotas hambrientas se dio un opíparo festín con el cadáver del pirata Tuerto John que, para disgusto de estas aves tan simpáticas y marineras, solo contaba con un suculento ojo.

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