LA CICATRIZ DEL HÉROE (HISTORIA QUE ENCONTRARÉIS EN MI LIBRO SELECCIÓN DE RELATOS AMERICANOS I) )

hardballs
ESTE RELATO ES DE MI LIBRO SELECCIÓN DE RELATOS AMERICANOS I LA CICATRIZ DEL HÉROE
El oficial John Hardballs regresó de la guerra de Vietnam con el pecho de su uniforme cubierto de medallas, cada una de ellas ganada en hazañas bélicas en las que demostró su valentía, su inteligencia y el amor a su patria y a sus compañeros combatientes, acciones extraordinarias que lo convirtieron en un héroe admirado por todo su país.
Los medios de comunicación se lo rifaban. Todos querían entrevistarle para sus numerosos seguidores y sus multimillonarias empresas publicitarias. Susan Wallwest tuvo el privilegio de poder entrevistarle para la CCWES. Completamente fascinada, pues John Hardballs además de extraordinariamente corajudo era guapísimo, la entrevistadora que se parecía a Marilyn Monroe pero en versión morena, le pidió que enumerase alguna de sus más destacadas heroicidades.
John Hardballs le enseñó sus blancos y bien alineados dientes pagados por el Pentágono para que él pudiese dar la máxima buena imagen, la complació mostrando una notable humildad que engrandeció todavía más su ya de por sí gran figura (dos metros y cinco centímetros, descalzo).
—Verá, yo solo eliminé, sin ayuda de nadie, a cuerpo descubierto y en mangas de camisa, a cinco tanques enemigos. Arrastrándome pegado al terreno igual que un lagarto, con mi guerrera más llena de agujeros que un colador, llegué hasta un nido de ametralladoras y lo eliminé lanzándole varias granadas dentro y causando una terrible explosión de la que conseguí salvarme de puro milagro. También, montado en una moto sin frenos atravesé las líneas enemigas saltando trincheras, saltando cañones y, eludiendo la lluvia de balas que me disparaban desde todas partes logré llegar donde se encontraba apostado nuestro maltrecho ejército y les ayudé a ganar la batalla del río Kwak.
A la entrevistadora le caía la baba de tanta admiración como experimentaba escuchándole contar aquellas asombrosas proezas con una humildad digna del mayor encomio.
Finalmente ella, refiriéndose a la cicatriz que estaba viendo todo el tiempo en la ceja del altamente condecorado oficial, manifestó:
—Tantos riesgos como ha corrido y escapó de ellos sin mayor daño que esa pequeña cicatriz que podemos ver en su ceja. ¿Puede contarnos como se la hicieron?
Todo apurado, el notable héroe suplicó:
—Por favor, pregúnteme otra cosa.
Susan Wallwest creyendo que era la modestia lo que a él le estaba causando incomodidad, insistió:
—Vamos, vamos, admirado oficial Hardballs, por favor, todos estamos deseando saberlo. Todo nuestro gran país entero está ansioso por saberlo.
El supercondecorado héroe suspiró visiblemente contrariado y, con expresión de vergüenza confesó:
—Esta herida me la causó mi abuela.
La presentadora, enormemente sorprendida, necesitó de algunos segundos para reaccionar al respecto y querer saber:
—¿Cómo fue que su abuela le causó semejante herida?
El interpelado, exasperadamente nervioso se retorció las manos, se mordió el labio inferior y finalmente confesó bajando la vista:
—Fue un pequeño accidente sin importancia. Estábamos mi abuela y yo jugando una partida a las damas cuando ella, de pronto, estornudó. Estornudó tan violentamente que su estornudo motivó se disparara su dentadura postiza con tanta fuerza que me causó una herida cuya cicatriz llevaré toda mi vida —señalándola con un dedo algo tembloroso.
La presentadora estalló en carcajadas y lo mismo les sucedió a los millones de televidentes que estaban viendo y escuchando el programa en aquel momento. La comicidad de este suceso se extendió como una epidemia  por todo el planeta. Los demoledores de ídolos entraron en acción ridiculizándole y John Hardballs no pudo aparecer en ningún otro medio de comunicación porque con solo verle la gente se reía de él imaginando cómo impactaba en su cara la dentadura postiza de su resfriada abuela.