LA ANCIANA QUE REZABA EL ROSARIO (RELATO NEGRO AMERICANO)
Por haber, con el paso del tiempo, sumado un buen número de peligrosos enemigos, Joe Bocasapo, tomaba siempre muchas precauciones para que ninguno pudiera acercarse a él y atentar contra su vida.
Uno de sus hombres, apodado el Ojosdepavo por lo redondos que tenía los ojos y su forma de mirar como si todos los días temiese fuera la Acción de Gracias, montaba guardia en la puerta de la lujosa casa del capo mafioso.
A las tres y media de una tarde nublada entró en el despacho de su jefe, cuando él pasaba la orden a dos de sus hombres, de adonde debían llevar los cuatro fardos de cocaína que dentro del ataúd de un supuesto pariente suyo le había llegado desde Colombia. Ojosdepavo esperó a que el capo mafioso terminase de hablar para comunicarle:
—Jefe, afuera hay una vieja más antigua que el perdón de los pecados, con un vestido negro y largo puesto, que la cubre hasta los pies. Lleva un rosario en sus manos, y después de decirme que le urge hablar con usted, se ha puesto a mover los labios como si rezara.
—Me dan asco las viejas —sentenció Joe Bocasapo, acompañándose de una torcida expresión de repugnancia—. ¿Qué te ha dicho que quiere esa vieja?
—Dice que es la abuela de ese chivato que liquidamos hace tres días y quiere darte las gracias, personalmente, por haber corrido tú con los gastos del entierro de su nieto, el elegante ataúd, la bonita corona de flores y la blanca lápida de mármol de su nicho.
—Bien, entra con ella y si ves que en su agradecimiento intenta acercarse a darme un beso o un abrazo la detienes a tiempo y te la llevas enseguida lejos de mí. Acabo de disfrutar de un almuerzo de dos mil dólares y no quiero que la cercanía de esa momia pueda causarme náuseas.
Ojosdepavo se acercó al vestíbulo donde había dejado a la anciana. Bruto como era le dijo, ostensiblemente faltón:
—Mi jefe consiente en verla y en recibir sus muestras de agradecimiento, pero no se acerque mucho a él porque es alérgico a las viejas feas y mal vestidas como usted.
—Ya. Por lo que acabas de decirme, tu jefe debe ser una persona muy sensible y fácil de conmover. Dentro del bolso llevo un pañuelo planchado y perfumado por si le da por llorar al señor Joe, dárselo —manifestó la añosa mujer mostrando gran humildad.
—Pierda cuidado en eso, pues mi jefe no llora nunca. Ni siquiera lloró cuanto su madre murió envenenada por él —rio estentóreamente el esbirro.
Se dirigieron los dos a la estancia donde el capo tenía su despacho.
—Buenos días —saludo la anciana—. Estoy aquí para…
—Ya sé para darme las gracias…
La mujer, llorosa, abrió su bolso y no sacó un pañuelo como el Ojosdepavo y el Bocasapo esperaban, sino que sacó la reluciente Glock de su nieto y gracias a la curiosidad demostrada por ella al asesinado, sobre su funcionamiento, conocía éste, antes de que los delincuentes pudiesen decir: achís, los cosió a balazos.
Con la misma tranquilidad conque había disparado, la anciana se acercó a los dos cuerpos tendidos en el suelo, les dio un par de patadas con sus desgastados zapatos planos, pasados de moda, para asegurarse de que estaban bien muertos, elevó su mirada a lo alto y con voz estrangulada por la pena dijo:
—Ya te vengué, mi niño. Descansa en paz. Yo seguiré rezando para que Dios se apiade de ti y te deje entrar en ese sitio donde van a parar los buenos y los que equivocaron el camino recto que debían seguir.
La anciana guardó el arma y abandonó la estancia dejando detrás de ella dos cuerpos llenos de agujeros por los que seguía saliendo sangre a borbotones.
Cuando llegó junto a su viejo y destartalado coche, dejó de rezar, guardó el rosario en su bolso y tomó asiento. Puso en marcha el vehículo y abandonó la villa del capo mafioso.
Nadie la molestó nunca, nadie sospechó que ella había librado a la sociedad de dos peligrosos asesinos.
A la repisa del nicho de su nieto nunca faltaron las flores favoritas suyas: las margaritas con cuyas hojas se entretenía el joven descarriado arrancándoles hojitas al tiempo que decía: ¿Seré un chico malo hoy? Sí… no…
(Copyright Andrés Fornells)