RELATOS AMERICANOS: LARRY "EL ADONIS" DEBÍA CARGARSE A LUIGI "EL ITALIANO" (LIBROS)

 

 

Judy Montana era, desde hacía dos años, la novia de Larry “el Adonis”, lugarteniente de Henry “el Vikingo”, un conocido, próspero y temido capo mafioso neoyorquino. Judy Montana sufría frecuentes ataques de celos debido a las informaciones que recibía sobre las continuas infidelidades del hombre que ella quería con verdadera locura. Infidelidades que Larry “el Adonis” negaba siempre por dos razones: porque a pesar de sus incontables traiciones, amaba a Judy, y por temor a que ella, que era muy apasionada y temperamental perdiese la cabeza y cometiera alguna locura irremediable, como cortarse las venas, amenaza que ella le había mencionado más de una vez, en momentos  que  se entregaba a la más extrema desesperación.

En el negocio de las tragaperras, el único legal que poseía Henry “el Vikingo” y que le permitía blanquear parte del dinero negro que obtenía con el tráfico de drogas, se encontró con que un grupo de italianos al mando de un tal Luigi había comenzado a hacerle la competencia, y decidió encargar a Larry que lo liquidase.

—Todos los sábados va al casino. Permanece jugando varias horas y suele salir de allí de madrugada ya, generalmente llevando algunas copas de más. Quiero que te lo cargues. Se ha convertido en un cáncer para nuestros negocios.

—Supongo que no va al casino solo —dijo, prudente, Larry “el Adonis”.

—No. Va siempre acompañado de su hombre de confianza, un siciliano que tiene pinta de simio. Se llama Giacomo no sé qué más.

—Lo tengo visto. Lleva una Parabellum en una funda sobaquera. Dicen de él que se ha cargado a unos cuantos.

—Luigi no suele llevar armas. Así que te conviene disparar primero sobre el gorila ese, y después liquidas a su jefe. Intentar hacerlo al revés podría costarte caro —avisó su jefe.

—Ya había pensado en ello —dijo sonriendo con suficiencia su lugarteniente.

Larry, por la noche llevó a cenar a su novia a un restaurante caro. Estuvieron tirantes los dos. Él lo había negado pero, a ella, un chivato de la banda, le había contado, a cambio de una cantidad de dinero, que su novio llevaba seis días viéndose con una cantante de rap, y que estaba muy encoñado con ella.

Uno de los fallos que habitualmente cometen los traidores es ignorar el dolor que causan a la persona traicionada y las desesperadas reacciones que ésta puede tener.

Cuando regresaron a casa, Larry cometió un error imperdonable: rehusó hacer el amor con su novia, y guardar sus energías para más tarde cuando se reuniese con su nueva amante. Después de haberse dado una ducha, Larry se vistió para salir a la calle. Comprobó que su pistola seguía cargada, la metió en su funda sobaquera y le dijo a su novia:

—Volveré tarde. Tengo que cumplir un encargo que me ha hecho “el Vikingo”.

—Por mí como si no quieres volver más —dijo con marcado rencor ella, las lágrimas rodando por sus aterciopeladas mejillas—. Me has traicionado tantas veces, que has matado mi amor por ti.

—Volveré a despertar ese amor —aseguró, confiado, él. —Eres la única mujer a la que de veras quiero.

—Me has mentido tantas veces que, para mí, has perdido toda credibilidad —dijo ella con amargo, fatídico encono.

No pudo seguir hablando porque un sollozo le rompió la garganta. En la vida hay momentos en los que una actitud distinta a la tomada puede resultar trascendental. En este caso, si Larry se hubiese acercado a Judy, la hubiese consolado y pedido perdón una vez más, le habría merecido la pena. No lo hizo. Ella había llorado tantas veces, delante de él, que una más no le importó. Confiaba en que, cuando le viniese en gana pedirle perdón, la acariciase y le regalase los oídos con palabras de amor, ella pasaría página igual que otras muchas veces anteriores.

Apostado dentro de su coche, en el aparcamiento exterior del casino, Larry “el Adonis” esperó pacientemente, escuchando en la radio a Peggy Nelson la cantante de rap de la que estaba totalmente encoñado desde hacía una semana y a la que pensaba visitar en cuanto terminase el encargo que le había hecho su jefe.

Refociló su mente visionando el increíblemente voluptuoso cuerpo de ella, sus expertos labios recorriéndolo y despertando, en cada centímetro de piel tratado por él, un incendio sexual. Su madre, cuando era niño, se lo había pronosticado:

—Nene, naciste para seducir mujeres. Ninguna encontrarás que se te resista. Esto, según sepas tú controlarlo, podrá ser bueno, o malo.

Pensar en su madre le despertó la mala conciencia de que hacía meses no tenía con ella ni tan siquiera el detalle de una llamada telefónica preguntándole cómo estaba. Remediaría esto. Al día siguiente llamaría a Floraglobal y encargaría le enviasen, a su modesto domicilio en Detroit, un bonito ramo de gardenias, su flor favorita.

Por fin vio salir por la profusamente iluminada puerta del casino a Luigi y a su inseparable guardaespaldas que lo acompañaba y protegía siempre. Nadie a la vista. Esta circunstancia era de lo más favorable para Larry. Cogió del asiento vecino al del conductor su pistola provista de silenciador, abandonó su vehículo y, sin prisas como si fuese un jugador noctámbulo en retirada, se dirigió hacia donde se hallaban sus escogidas víctimas. Pensó que la suerte le sonreía, le daban la espalda en aquel momento.

El gigantón guardaespaldas demostró ser muy agudo de oído. Percibió los sigilosos pasos de Larry ¨el Adonis¨ y giró rápido, pero el lugarteniente de Henry “el Vikingo” fue infinitamente más veloz que él y apretó el gatillo cuatro veces contra el protector de Luigi. Para sorpresa suya, éste no solo no cayó muerto, sino que tuvo tiempo de desenfundar y dispararle.

Cuando el hermoso pistolero caía con tres balazos en el pecho, todos mortales de necesidad, comprendió lo sucedido: el cargador de su arma contenía balas de fogueo y la única persona que podía haber cambiado las auténticas por aquellas había sido su novia.

Murió con su nombre en los labios, y un insulto que no iba a servirle de nada:

–Judy… ¡maldita zorra!

Nunca sabría Larry “el Adonis”, lo muchísimo que a su novia le había costado tomar la decisión de que, si él no podía ser para ella, no fuese tampoco para ninguna otra.