GERTRUDIS NO QUISO PERDER EL ÚLTIMO TREN (MICRORRELATO)

GERTRUDIS NO QUISO PERDER EL ÚLTIMO TREN (MICRORRELATO)

Gertrudis llevaba un tiempo en el que, temerosa, evitaba verse reflejada en los espejos. Los espejos se habían convertido en sus enemigos despiadados. Parecían gozar mostrándole que cada vez eran más acentuadas sus patas de gallo, más profundas las arrugas que alargaban las comisuras de sus labios y más honda y opaca la tristeza de sus ojos.

Estos deprimentes signos de decadencia de sus encantos faciales la estaban aumentando el sentimiento de amargura, pero también el de la humildad, la resignación y la sensatez. Y cuando conoció a Anselmo, un viudo de su misma edad, no le exigió la belleza y el talento que les había exigido a otros pretendientes anteriores, y se conformó con el respeto y la bondad que él la demostraba. Había renunciado a la ambición alimentada a lo largo de demasiados años y demasiados errores cometidos.

A ciertas edades, paz, armonía y compañía, eran tan buenos como la felicidad imposible que, quiméricamente, había perseguido hasta entonces. No permitió se le escapase el último tren y dejó de soñar en la llegada del magnífico convoy que hasta entonces solo había existido en sus sueños imposibles, pues en la realidad siempre le había pasado de largo.

(Copyright Andrés Fornells)

 

Gertrudis llevaba un tiempo en el que, temerosa, evitaba verse reflejada en los espejos. Los espejos se habían convertido en sus enemigos despiadados. Parecían gozar mostrándole que cada vez eran más acentuadas sus patas de gallo, más profundas las arrugas que alargaban las comisuras de sus labios y más honda y opaca la tristeza de sus ojos.

Estos deprimentes signos de decadencia de sus encantos faciales la estaban aumentando el sentimiento de amargura, pero también el de la humildad, la resignación y la sensatez. Y cuando conoció a Anselmo, un viudo de su misma edad, no le exigió la belleza y el talento que les había exigido a otros pretendientes anteriores, y se conformó con el respeto y la bondad que él la demostraba. Había renunciado a la ambición alimentada a lo largo de demasiados años y demasiados errores cometidos.

A ciertas edades, paz, armonía y compañía, eran tan buenos como la felicidad imposible que, quiméricamente, había perseguido hasta entonces. No permitió se le escapase el último tren y dejó de soñar en la llegado del magnífico convoy que hasta entonces solo había existido en sus sueños imposibles.

(Copyright Andrés Fornells)

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