FÓRMULA MÁGICA PARA ENAMORAR MUJERES (RELATO)

La bruja Calixta era muy amiga de mi abuela Alfonsina. Las dos vestían de negro y llevaban un pañuelo con flores alrededor del cuello. Las noches de luna llena podían hablar con los muertos y recibir buenos consejos por parte de ellos, pues es bien conocido que cuando quedas excluido de las ambiciones terrenales adquieres la sabiduría suprema.
Ella dos intercambiaban recetas de cocina y amarres conyugales que les permitían tener a sus maridos embelesados a lo largo de los años, pues las mniraban y las veían igual que el día que se enamoraron locamente de ellas.
Mi abuelo Cirilo, todos los fines de semana, le regalaba a mi abuela un ramo de flores y, todos los miércoles, por haberse conocido ellos dos ese día de una semana, cuarenta años atrás, le escribía una poesía que le salía del corazón y no del plagio.
Yo, que siempre había andado con la vista puesta en el suelo para evitar tropezar y caer, una tarde de jueves tropecé con un carrito de la compra. Elevé la vista y vi la cara femenina más bonita del mundo entero. Le sonreí a modo de disculpa. Ella no me devolvió la sonrisa y encima me dijo enfadada:
—Patán. Acabas de darle una patada a la compra que llevo en el carrito. Si me has roto algo, como los huevos que llevo, me lo tendrás que pagar.
—Disculpa. Ha sido sin querer. Si te he roto algo, lo pagaré.
Ella medió la mano dentro de la bolsa de lona, sacó un estuche con huevos lo abrió y comprobó que estaban todos enteros.
—Has tenido suerte, tío torpe —reconoció ella.
—¿Puedo invitarte a una tila para que se te pase el susto que te he dado?
—Bueno, pero no me vengas con tonterías porque tengo novio y él es para mí el mejor hombre del mundo.
—Pues mira, yo estoy soltero porque todavía no he despertado el amor de mi vida.
Ella me examinó con detenimiento y dijo:
—Despertarás el amor de alguna chica, seguro. Hay montones de hombres más feos que tú.
Entramos en un bar. Ocupamos una mesa. Vino el camarero. Le pedimos dos tilas. Yo había sufrido con ella una total fascinación. No podía separar la mirada de su bello rostro. Llegaron las tilas. Ella sopló el contenido de su taza, para ayudar a que se enfriara. Poseía unos labios tan sensuales que yo, poco dado a las desvergüenzas, pensé en lo muchísimo que me gustaría besarlos durante varios días sin parar y, si me empeñaba, sin siquiera perder tiempo en respirar.
—Me llamo Norberto —dije ofreciéndole mi mano en un gesto extraordinariamente amistoso, con temblores eléctricos en mi voz.
Ella permaneció indecisa durante unos segundos, luego avanzo su preciosa mano me la estrechó y dijo:
—Yo me llamo Enriqueta. Y por favor no me molestes haciéndome preguntas porque esto será lo único que conocerás de mí.
—¿No podrías darme una foto tuya para que yo pueda meterla debajo de mi almohada y, de un modo fantasioso dormir contigo?
Aprecié que me había pasado cuando ella, poniéndose en pie cogió su carrito y muy tiesa y ofendida se dirigió a la puerta y, después de abrirla abandonó el local y marchó por la calle a buen paso, el carrito con ruedas siguiéndola como un perrito fiel y chirriante.
Yo quedé inmensamente triste. Separándose de mí, ella no solo se había llevado el carrito sino también mi corazón. Y empezó a dominarme un pensamiento obsesivo: <<Yo, irremediablemente, solo podré ser feliz con ella. Todos los otros millones de mujeres como si no existieran>>.
La próxima vez que la bruja Calixta vino a casa a enseñarle a mi abuela como se preparaban los canelones Rossini, le conté que me había enamorado perdidamente de una chica llamada Enriqueta. Y le pregunté si conocía ella alguna fórmula mágica que sirviese para que la tan Enriqueta se enamorase también, perdidamente, de mí.
La bruja sonrió. Le brillaron los dientes al recibir un rayo de sol que entró por la ventana. Los dientes suyos eran de oro. Había invertido en ellos todos sus ahorros.
—Existe una fórmula mágica para que una mujer se enamore de un hombre. Pero para que surta efecto el hombre que quiere que una mujer determinada se enamore de él, debe tener mucha constancia y paciencia.
—Yo tendré mucha constancia y paciencia —le aseguré.
—Bien. ¿Tienes los oídos limpios?
—Muy limpios. Me he duchado hace unos pocos minutos y restregado por todo mi cuerpo el famoso jabón Limpieza Impoluta.
—Perfecto. Si quieres conquistar el corazón de una mujer tienes que plantar un rosal que dé rosas rojas, ponerle el nombre de ella, y cada vez que lo riegues pronunciar las palabras mágicas que son las siguientes: Nadie de este mundo podrá amarte tanto como te amaré yo. No lo dudes y correspóndeme.
Estuve casi un año diciéndole al rosal que yo había dado el nombre de Enriqueta, como la chica del carrito de la compra, cuando una mañana volví a tropezar con el carrito que llevaba ella.
¡Fue increíble! Nos miramos al fondo de los ojos como se miran dos seres que han sufrido una separación dolorosa y no deseada.
—¡Norberto! —exclamó ella.
—¡Enriqueta! —exclamé yo.
—Oh, he temido tanto sufrir la desdicha de no volver a verte nunca más. He pensado en ti, hasta en momentos que debía pensar en otras cosas y he cometido errores garrafales, como vestir bufanda y abrigo para ir a la playa y ponerme un bikini para ir a esquiar.
—Ese mismo temor tuyo he tenido yo, el de pasarme el resto de mi vida buscándote y no encontrarte. ¿Te has dado cuenta de que nadie en el mundo podrá amarte tanto como te amaré yo?
—Me he dado cuenta y bendigo este momento en que te he encontrado de nuevo.
Nos miramos como solo pueden mirarse un chico y una chica que están locamente enamorados. Después nos cogimos de la mano y el carrito de la compra nos siguió como un chirriante perrito fiel.
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(Copyright Andrés Fornells)