ESTRATEGIA COPIADA Y UN JUEZ HONRADO Y CON BUEN CORAZÓN (RELATO)
Es una ciudad sin mar. Es una mañana con sol, el cielo muestra un azul pálido y se encuentra viudo de nubes. Por la calle circulan peatones y vehículos. Los peatones hacen ruido de calzado en movimiento y los vehículos ruido de ruedas rodando sobre el asfalto. El aire huele a contaminación. A lo largo de toda la calle ni un solo árbol con ramas donde puedan posarse los pájaros a reposar, entre vuelo y vuelo y, si les diese la gana echar un canto.
En la sede jurisdiccional están juzgando a un hombre por haber robado un banco. El hombre está muy flaco, ojeroso y abatido. Sus ojos, hundidos y feos, unas veces miran al orondo y calvo rostro del magistrado y, otras, hacia la puerta por la que entró y le gustaría salir libre.
El señor juez, muy severo, le aconseja:
—Declárese culpable y no nos haga perder más tiempo. Las pruebas contra usted son numerosas, irrefutables, abrumadoras.
El acusado, por haberse visto otras veces en la misma situación, sabe defenderse.
—De ninguna manera, señoría. Cuando tuvo lugar el atraco a ese banco, yo no era el que soy ahora, por lo tanto, yo me declaro inocente.
—¿Cómo que no era usted el que es ahora si las cámaras de vigilancia del banco lo filmaron todo el tiempo y, además de eso hay huellas suyas por todas partes? —enojándose el magistrado.
—Señoría, me declaro inocente porque el que atracó el banco no era yo. El que atracó el banco era panadero, entonces, y yo ahora soy zapatero remendón.
—Y yo te declaro culpable —intransigente el juez—. Ese argumento habría podido valerte si fueras, en vez de un mindundi que no tienes donde caerte muerto, el presidente de un país.
—Está usted cometiendo conmigo una injusticia, señor juez —alega el atracador.
—Los que cometen injusticia son los que con la vara de medir, miden a unos de un modo y, a otros, de otro modo. Yo los mido a todos igual. Soy un juez honrado. Mérito que no todos poseen.
—Me lo temía. Siempre he tenido mala suerte en todo. La última vez en la que estuve en la misma situación que estoy ahora fue por caerme por una escalera y romperme una pierna cuando me acompañaba de muy buen grado un Picasso.
El juez, que era muy especial, después de echarse una risa le dio un billete de veinte euros al condenado y le dijo:
—Esto es para que te compres un par de porros a los que tan adicto eres. Caso cerrado.
El atracador de bancos se enemistaría con más de uno cuando, preso en el trullo, defendió que no todos los jueces carecían de buen corazón.
(Copyright Andrés Fornells)