ESAS COSTUMBRES NAVIDEÑAS (Relatos)

ESAS COSTUMBRES

ESAS COSTUMBRES NAVIDEÑAS

         Subieron al tren en la misma estación. Ocuparon asientos que estaban situados el uno al lado del otro. Ella llevaba puesta chaqueta y falda azules y calzaba zapatos de tacón muy alto para compensar su estatura. Al dar un paso adelante con la intención de colocar su bolsa de viaje en el portaequipajes, trastabilló y su vecino de asiento, vestido con serio traje gris y zapatos acharolados, se hizo con la bolsa antes de que se estrellara en su cabeza.

       —Perdone —dijo ella apurada.

       —No tiene importancia —dijo él, amable—. Yo le coloco la bolsa ahí arriba.

       Y se la colocó. Ella le dio las gracias, y él le respondió que no las merecía. Ambos se acercaban a los cuarenta años de edad. El hombre era también corto de estatura y, al igual que a la mujer, le sobraba algún kilito, aunque a ninguno de los dos podía considerársele gordo.

       Pronto demostraron ser dos personas extrovertidas y entablaron una fluida conversación que, empezando trivial, no tardó en convertirse en íntima.

       Él iba a pasar aquellas señaladas fiestas en casa de su hermano mayor, casado y con hijos. Ella iba a pasar las navidades con sus padres, jubilados.

       Ella, embellecido su rostro con rubores juveniles, le enseñó el autorregalo que iba a hacerse: un precioso camisón semitransparente. Él, con una excitación creciente, casi veinteañera, le enseñó un pijama nuevo que se había comprado, con figuras de un Hércules en miniatura que no llegaba a la desnudez total por la púdica presencia de un diminuto taparrabos.

        Total, que como hablando se entiende la gente y ellos dos hablaron mucho y con absoluta franqueza, finalmente él echó mano de su móvil, llamó a su hermano y puso una excusa creíble para no ir a su casa aquellas señaladas fechas; y ella, también por su móvil, mintió asimismo a sus padres diciéndoles que la perdonaran, pero había decidido pasar las fiestas con una buena amiga del trabajo.

        Y lo que ambos hicieron fue alquilar una habitación de hotel y disfrutar recíprocamente de toda la lujuria de la que se habían estado privando durante todos los años que llevaban divorciados.