ERA UN DESDICHADO PUEBLO AFRICANO (RELATO)
Era un desdichado pueblo africano. La pobreza y las enfermedades se cebaban, todo el tiempo, sobre sus desdichados habitantes. Nubes de moscas los atormentaban. Acostumbrados a ellas, en muchos momentos ni se molestaban en alejarlas con sus manos. Luchar contra ellas era inútil. Nadie había podido ni podría derrotarlas. Y en cuanto a los enfermos no se quejaban por estar acostumbrados o porque ni fuerzas les quedaban para ello.
La comida escaseaba. En ese desventurado pueblo llevaba siglos escaseando la comida. El hambre era como las moscas y las enfermedades, imposible librarse de ellas y, por no servir de nada quejarse, no podían hacer otra cosa que hermanarse con la resignación.
Una mañana calurosa, reinando en el cielo un sol despiadado, cierto dios en el que creían algunos seguidores suyos, se compadeció de estos depauperados indígenas permitiendo que un elefante extraviara su camino.
El despreocupado gobierno que regía el país donde trataba de sobrevivir a la miseria permanente ese infortunado, pequeño pueblo, tenía prohibido a todos los habitantes del país sacrificar ningún animal salvaje, pues todos ellos estaban destinados a los turistas extranjeros que realizaban safaris, tanto cinegéticos como fotográficos. Pues estos turistas dejaban las divisas que el país necesitaba para pagar los altos sueldos de sus gobernantes, así como para adquirir armamento de defensa, pues las naciones que no tienen enemigos, se los buscan o se los inventan. La paz es, económicamente ruinosa consideran quienes conocen todas las astucias, inmoralidades y ruindades para enriquecerse.
Los hombres de este desamparado pueblecito, afrontaron el peligro de terminar y morir rápidamente en una de las inhumanas cárceles del país, antes de seguir viendo como a sus hijos, además de matarlos las enfermedades, los mataba el hambre.
Reunieron sus armas y convenientemente regresados al primitivismo, consiguieron matar con sus flechas y lanzas al paquidermo. Una vez muerto asaron su carne y en lustros, fueron los primeros de esta desnutrida etnia en poder comer, una vez en su existencia, hasta la saciedad.
Y los más viejos que todavía se acordaban de hacerlo, enseñaron a los más jóvenes el regocijo que procura cantar, reír y bailar.
Todo lo que no era comestible del paquidermo aquel, lo enterraron bien hondo para que nadie pudiera descubrirlo, pues según sus conocimientos ancestrales: si no hay víctima no hay delito, no hay culpable, no hay castigo.
Un optimista como yo mantiene siempre viva la esperanza de que el mismo dios que permitió se extraviara un elefante, se extravíen otros muchos, y de paso que ese dios se lleve directamente al infierno a los que se enriquecen de mil maneras sembrando el planeta de seres humanos que por culpa de la insaciable, criminal codicia suya, han sufrido, sufren, han perdido su vida y la siguen perdiendo.
(Copyright Andrés Fornells)