ENTRAÑABLE CARTA DE DESPEDIDA (RELATO)

ENTRAÑABLE CARTA DE DESPEDIDA (RELATO)

ENTRAÑABLE CARTA DE DESPEDIDA

(Copyright Andrés Fornells)

Una anciana al regreso de haber enterrado a su marido sacó de la vieja cómoda del dormitorio la carta que él le rogó no abriera ni leyera hasta después de su muerte.

Amada mía, estuve enamorado de ti siempre y hasta el último día de mi vida te amé. Que tú me amaras también, siempre, fue mi suprema felicidad. Juntos nos fueron cayendo los años, irremediablemente, igual que llegado el otoño les caen las hojas a los árboles caducifolios. Y juntos luchamos y sufrimos los avatares de la vida. Llevamos nosotros dos una existencia muy dura y sacrificada, sin quejarnos, valientemente.

Hemos tenido tres hijos. Tres hijos que cuando tuvieron sus alas lo suficientemente fuertes volaron lejos de nosotros. Es lo habitual en los jóvenes, volar solos, dejar nido y padres atrás. Lo hacen todos. Los nuestros salieron muy buenos. De vez en cuando —demasiado distanciado ese de vez en cuando para lo que tú y yo deseamos—, se acuerdan de nosotros y nos llaman por teléfono y nos hablan durante unos pocos minutos, nos envían una postal y algún pequeño regalo por Navidad.

Todos los jóvenes vuelan y forman un nuevo hogar. Esto se ha convertido en algo normal, sin embargo, visto desde nuestra ancianidad, resulta cruel. Nosotros estuvimos con ellos todo el tiempo que nos necesitaron. Nosotros realizamos mil sacrificios, pasamos necesidades para que ellos disfrutaran de lo que nosotros nunca pudimos disfrutar.

La crueldad a la que me refiero consiste en que, cuando nosotros les hemos necesitado a ellos, no les hemos tenido a nuestro lado. Y nos hemos sentido abandonados. Pero no podemos quejarnos. Se ha convertido en conducta habitual. Es lo que hacen todos los hijos. Pero el que abandonar a los padres se haya generalizado no deja por ello de ser una injusticia y una crueldad.

Deseo que les enseñes esta carta y les digas que, como cometan contigo la indecencia de enviarte a una residencia de ancianos, yo saldré de mi tumba, apareceré en sus sueños y se lo afearé una y mil veces.

Te amo con toda mi alma, mujer maravillosa. Y aquí te espero en la eternidad. Y tarda todo lo que puedas en venir porque la vida, a cualquier edad, es maravillosa.

La mayor de sus hijas entró en el dormitorio encontrándola con la carta en la mano llorando.

—¿Qué te ocurre, mamá? ¿Por qué lloras? —solícita, cariñosa la joven.

La anciana le entregó la hoja de papel que sostenían sus manos temblorosas. Y su hija leyó con voz quebradiza, entrecortada:

Nuestros hijos no son ramas desgajadas del árbol de nuestra familia, únicamente son ramas que se han alejado del tronco. Hemos tenido una inmensa suerte con ellos. Deseo que cuando yo falte sepan arroparte, consolarte y ayudarte.

Esta carta que te estoy escribiendo la encontrarás un día dentro del cajón de mi escritorio y entonces descubrirás que hoy te he mentido cuando a la vuelta de mi visita al médico te he dicho que no debemos preocuparnos porque esas molestias que desde hace algún tiempo vengo padecido en el estómago no son nada serio. Aerofagias sin importancia. El médico me ha recetado algunos fármacos que me ayudarán a aliviar los dolores.

Me he guardado para mí la verdad: y la verdad es que me quedan solo unos pocos meses de vida. No quiero que sufras tú con mi sufrimiento. Sería injusto y egoísta por mi parte.

Aprovecho esta carta para reiterarte que te he amado con toda mi alma, única y exclusivamente. Que tu amor me ha hecho el más feliz de los hombres. Que te debo los mejores y más maravillosos momentos de mi vida. Que te he amado siempre con todas mis fuerzas y te estaré eternamente agradecido por el infinito amor que me has regalado siempre.

¿Recuerdas lo que te dije al principio de conocernos cuando nos mirábamos en el espejo? Te dije: “La gente vendrá y se irá, pero estos dos seres humanos que vemos ahora reflejados en el espejo, permanecerán siempre juntos”.

Y será siempre así, porque cuando yo haya desaparecido ya, cada vez que te mires en el espejo, yo seguiré estando a tu lado, aunque tú no puedas verme.

Su hija, tras leer esta carta, sollozante, la abrazo. Y en la inmensa ternura conque lo hizo, su madre tuvo la convicción de que ella no permitiría que terminase, como su difunto marido temía, abandonada en un asilo de ancianos.

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