ENCONTRAR A UN HOMBRE MARAVILLOSO (Microrrelato)

(Copyright Andrés Fornells)
Lucy Rong y Pamela Rait son amigas desde que iban a la guardería y compartían potitos. Las dos están solteras y tienen ganas de dejar de estarlo. De vez en cuando se reúnen para contarse como les va con los hombres.
—Cuéntame, con todo detalle porque terminaste con Arturo, ese chico que sonreía como una flor que se abre al sol —pide Pamela, remedando con ironía a su amiga.
—Me di cuenta, finalmente, de que para lo único que él me quería era para aprovecharse de mí.
Se interrumpe para atender al camarero que acaba de detenerse junto a la mesa ocupada por ellas. Es un hombre mayor tan carente de atractivo que, en la cama y fuera de ella, su mujer le da siempre la espalda para no verle la cara. Lucy interroga con la mirada a Pamela.
—Yo tomaré un capuchino —decide ésta.
—Que sean dos —ordena Lucy.
El empleado se aleja arrastrando los pies. A Pamela le falta tiempo para interrogar a su acompañante:
—¿Por qué dijiste que Arturo solo te quería para aprovecharse de ti?
—Los fines de semana me dejaba limpiando y pintando su cochambrosa casa, y él se iba a jugar al golf.
—El golf es un deporte inocente y sano. Se juega al aire libre —con ingenuidad Pamela.
—El sinvergüenza de Arturo lo jugaba en el dormitorio de una viuda joven y voluptuosa.
—¡Qué indignante! No tienes suerte con los hombres, querida.
—¡Pues anda que tú! El último con el que saliste, ese tal Gimeno, te pidió dinero para pagar la entrada a un piso para los dos y nunca más lo has vuelto a ver.
—Otro sinvergüenza como el que te robó tu mejor chaqueta de cuero y descubriste se la había regalado a una chica que vive en la Gran Avenida Morales.
—¡Menudo canalla! Cuando se lo eché en cara me dijo que se la había regalado a una prima suya para que no pasara frío.
—Lo que más te irritó, me dijiste, no fue la perdida de esa prenda, sino descubrir que no había parentesco alguno entre ellos dos.
—Te dije eso un día en que rebosaba optimismo. Esa chaqueta de cuero me gustaba muchísimo más que él.
—Seguramente.
El camarero que arrastra los pies acaba de servirles las bebidas diciendo algo tan poco original como esto:
—Servidas, señoras.
—Pobre hombre, tiene pies de plomo —se burla Pamela cuando él ya no puede escucharla.
Las dos amigas se ríen de muy buena gana.
—Lucy, ¿sigues subiendo y bajando escaleras en vez de apuntarte a un gimnasio?
—Obtengo el mismo resultado y me ahorro un dinero.
—Te saldrán varices —juzga Paulina.
—Pero estoy consiguiendo mi propósito. Estoy consiguiendo un desarrollo de glúteos extraordinario. A los hombres ya les gusta más verme por detrás, que verme por delante.
—¡Ay, los hombres! No hay que perder la esperanza, chica. Un día encontraremos a uno guapo, serio, trabajador, honrado y maravilloso.
—Sí, ¿eh? ¿Dónde?
—Ahí está la gran dificultad.
Las dos amigas rompen a reír. Las dos cultivan el optimismo. Las dos tienen buena salud, un buen empleo y no están en la situación que estaban muchas mujeres de la época de sus madres y sus abuelas: dependiendo económicamente de los varones.

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