EL VIEJO MASAI MUBUBA (RELATO)

EL VIEJO MASAI MUBUBA (RELATO)

Mububa era un anciano masái que había sumado tantos años que apenas le quedaban ya fuerzas para caminar lentísimo y renqueante apoyándose en la lanza que durante muchos años le había servido para cazar y para defenderse de animales salvajes.

Mububa en todos sus años de vida no había conseguido la máxima ambición que tenían todos los hombres de su tribu: matar un león y demostrar con este hecho que era poseedor de una gran fuerza y valentía.

Cierta mañana en que sintiéndose tan inútil y menguado de fuerzas que deseó morirse, les dijo a sus hijos:

—No voy a comer más y así conseguiré que por falta de alimentos se muera este pobre cuerpo mío que ya no sirve para nada.

Los cinco hijos de Mububu que lo amaban muchísimo porque había sido siempre muy buen padre, le dijeron:

—Te haremos comer a la fuerza. Queremos tenerte con nosotros hasta que el gran dios que habita el reino invisible reclame tu vida.

Y sus hijos se cuidaron de alimentarlo para que continuase vivo.

Una mañana en que inexplicablemente Mabubu se sintió con un poco más de fuerzas de las habituales, se alejó del poblado procurando que nadie lo viese.

Si alguien le hubiese preguntado que propósito lo impulsaba a alejarse de su gente habría dicho algo que ninguno de sus oyentes habría considerado sensato. Les habría dicho que atendiendo a una llamada del Destino caminaba hacia donde el Destino lo estaba dirigiendo.

Cerca del mediodía su agotamiento llegó a tal punto que cada paso que daba le significaba un titánico esfuerzo. Fue entonces cuando con un hilo de voz dijo, en un tono derrotado, al tibio aire que lo envolvía:

—Destino, no puedo seguir adelante. Me he quedado sin fuerzas.

—No te angusties, te quedan las fuerzas suficientes para dar los setenta pasos más que quiero des para llegar donde yo he decidido que llegues —le respondió una voz dulce, melodiosa, fatídica.

Sacando fuerzas de flaqueza, el anciano consiguió lo que él creía imposible: dar los setenta pasos y encontrarse en el último de ellos dentro de una cueva donde había una leona y cuatro cachorros a punto de sucumbir de tan débiles que estaban por el tiempo tan largo que su madre llevaba sin encontrar animal alguno al que poder matar y alimentar con él a sus crías y a ella misma.

Esta leona al ver al anciano le dijo al Destino:

—Has cumplido lo que llevas diciéndome desde hace días: que mis crías y yo seguiremos viviendo porque los seres vivos es de justicia que muramos de viejos, no de jóvenes.

Algunos años más tarde, un hijo de Mububu pudo demostrar su valor matando a una leona vieja, y dentro de su cueva encontró unos huesos humanos y un amuleto que reconoció pertenecía a su padre. Muy satisfecho con su hazaña dijo a sus hermanos cuando se reunió con ellos.

—El Destino ha permitido que yo vengase la muerte de nuestro querido padre, matando a su asesina.

Todos celebraron este hecho con una pequeña fiesta en la que bebieron sangre de reses recordando a sus buenos padres que seguían manteniendo vivos en su memoria.

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