EL VIEJO GITANO ANTÓN, UN ASNO Y DOS AGENTES (MICRORRELATO)


El gitano Antón había llegado a viejo. En su cara curtida por soles y vientos de muchas partes, sumaba casi tantos años como arrugas. Toda su vida se había ganado el sustento como había podido. Nunca tuvo un trabajo de empresa ni había cotizado en parte alguna, ni recibido ninguna ayuda estatal. Se había limitado a lo largo de su penosa existencia a emplear sus manos y sus fuerzas en tareas que le dieron para comer.
Una mañana salió al campo a ver si el buen Dios, de algún modo, se acordaba de él, y lo favoreciera con algo. De pronto, en un prado vio un burro amarrado y acercándosele, después de comprobar que no había ningún humano cerca, le dijo:
—Pobrecillo. Seguro que te hace muy desdichado estar aquí solito. Yo te voy a soltar y llevar conmigo a dar un paseíto.
Al animal le gustó su amable tono de voz y, cuando una vez desatado, el calé lo cogió del ronzal, se fue con él hasta contento, como quedó demostrado con el sonoro rebuzno que soltó al templado aire mañanero.
Mientras caminaban, el viejo gitano Antón no paraba de prodigarle zalameros halagos al animal:
—Pero qué guapo eres, burrito. Y con qué elegancia te mueves. Pareces un lirio blanco mecido por el viento.
Llevaban recorridos unos cientos de metros cuando el anciano descubrió, subiendo por el mismo sendero por el que él descendía, a una pareja de la guardia civil. Soltó inmediatamente el ronzal, como si le quemara la mano.
Los agentes pensando mal del calé, le preguntaron deteniéndose delante de él:
—¿Tiene papeles que atestigüen que este animal es suyo?
El anciano miró hacia el borrico y poniendo cara de sorpresa dijo:
—No sé de dónde ha salido este bicho. Es la primera vez en mi vida que lo veo. Conmigo no viene. Andará escapado. Perdido. Buenos días, señores guardias. Queden ustedes con Dios —muy respetuoso, continuando su camino el gitano.
Los de la benemérita se sintieron burlados y, el rucio que le había cogido agrado al que se alejaba le rebuznó. Por lo bajo, el calé, que marchaba a buen paso lamentó:
—Pobrecillo orejudo. El cariño que me ha cogido. Y el que le he cogido yo a él. Esto de las leyes es cosa mala para que exista un buen entendimiento entre personas y animales. Al final, a lo mejor, puede que yo, encariñado con él, no lo hubiese vendido.