EL TIRANO QUE SUCUMBIÓ ANTE UNA HEROÍNA (RELATO)

EL TIRANO QUE SUCUMBIÓ ANTE UNA HEROÍNA (RELATO)

En la antigua Roma un abuelo y su nieto estaban sentados en la Piazza del Popolo. Era día festivo por la mañana, lucía el sol y estaban en verano. El niño observaba al anciano con cariño y respeto, pues lo amaba y admiraba. De pronto el niño recordó algo que lo había impresionado cuando lo supo, y decidió  contárselo.

—Abuelo, al padre de mi amigo Ivano lo han metido preso.

El padre de la madre del pequeño abandonó unos agradables recuerdos en los que se hallaba sumido y preguntó:

—Nene, ¿sabes por qué han metido preso al padre de tu amigo Ivano?

—Al parecer ese hombre dijo que nuestro emperador es un tirano que con los impuestos tan altos con que está arruinando y matando de hambre a nuestro pueblo, se están enriqueciendo él, su familia, sus amigos y quienes lo defienden para que se mantenga en el poder y los continúe pagando por eso.

El semblante del anciano se cubrió de tristeza y recordó:

—Otros emperadores, antes que éste, han cometido los mismos abusos y tiranías. Han arruinado a sus pueblos, silenciado a sus valientes y mantenido a sus súbditos cobardes dándoles limosnas para que sobrevivan, en vez de dejarlos trabajar en libertad para que prosperen con su esfuerzo y su talento.

—¿Y ha de ser siempre así, abuelo? —entristecido y aterrado su nieto.

—Lo será mientras no aparezcan rebeldes y valientes en esos pueblos, como ocurrió en la antigua Espa.

—¿Qué ocurrió en la antigua Espa? —con un brote de esperanza el pequeño.

El hombre viejo esbozó una sonrisa guerrera, un brillo bélico apareció en sus cansados y arrugados ojos y respondió:

—Tu abuela Horacia y yo vivíamos, cuando éramos jóvenes, en la hermosa nación Espa. Había allí entonces un emperador arrogante y tan bien maquillado que parecía hermoso. Este emperador se llamaba Sifón y presumía de valiente porque detrás de él tenía a un nutrido grupo de desalmados, con altísimos sueldos y permiso para robar lo que no era suyo. Estos secuaces suyos se encargaban de liquidar a todos sus enemigos y opositores. Este emperador adoptaba todo el tiempo un aire fanfarrón y perdonavidas, debido a que se sabía bien protegido, ocultando con ello que era un verdadero cobarde que se cagaba de miedo ante un ratón que lo mirase con ojos desafiantes. Actuaba siempre con tiranía y crueldad. Castigaba con la miseria a todo aquel que no se sometía mansamente a la esclavitud. Todo el que quisiera sobrevivir bajo su reinado, tenía que pensar, decir y hacer todo aquello que él le mandaba. Pero un día este ególatra cometió un error. Sus consejeros, lameculos y vendidos le aseguraban que su pueblo lo amaba por lo guapo que era (especialmente las mujeres) y porque todos sus súbditos creían todas las mentiras que les decía asegurándoles que no era mentiras, sino verdades. Y a base de engaños, ayudado por sus favorecidos subordinados, iba gobernando un año tras otro, a un pueblo cada vez más oprimido, empobrecido y aborregado.

—¿Abuelo no había en ese pueblo ni un solo héroe? —angustiado el chiquillo.

—Hubo una heroína, tu abuela, Horacia. El tirano Sifón creía que era tan hermoso que todas las mujeres deseaban ser sus amantes. Algunos días, se disfrazaba de ciudadano normal y buscaba mujeres para llevárselas a su palacio y gozarlas. Una mañana, soleada como la que tenemos hoy, Sifón que había abandonado su superprotegido palacio para darse un paseo disfrazado de obrero, se acercó a tu abuela Horacia. Tu abuela era entonces joven y muy hermosa y se hallaba barriendo con una escoba la acera. Delante de ella, mirándola como mira el gallo el grano de maíz que se va a comer, le dijo actuando como un irresistible conquistador: <<Mujer privilegiada por el deseo que has despertado en mí, voy a enviarte a mis servidores para que te cojan y te lleven a mi lecho, y una vez allí yo te permitiré que goces conmigo>>. Tu abuela Horacia que era una mujer, además de bellísima, honrada y fiel a mi persona,  lo insultó de mala manera y le propinó varios furiosos escobazos. El cobarde del tirano se asustó tanto que se hizo caca encima. La noticia de esta vergonzosa y asquerosa reacción suya se propagó, como la pólvora, por toda la ciudad. Y ocurrió lo que suele ocurrir con los pueblos largo tiempo oprimidos, y es que deciden, multitudinariamente, al descubrir que los gobiernan y oprimen unos cobardes que se hacen caca encima: librarse de ellos. Asaltaron el palacio del emperador Sifón y las mansiones de todos sus cómplices y verdugos, los hicieron prisioneros, vaciaron las cárceles llenas de rebeldes, disidentes y demás inocentes y, en sus celdas, encerraron al emperador Sifón y a todos sus seguidores.

Todo ilusionado, el niño quiso saber:

—Abuelo, ¿crees tenemos ahora a alguna mujer tan valiente como la abuela Horacia?

—Confiemos en que aparezca una.

Y tal como aquel abuelo y su nieto anhelaban, apareció una señora llamada Justicia, que acabó con el tirano cagón y sus cagones secuaces.

(Copyright Andrés Fornells)