EL TEMPLO MÁS ALTO (RELATO)

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EL TEMPLO MÁS ALTO
Hubo una vez un país dividido en dos comunidades: la comunidad de los norteños que ocupaban la mitad del territorio, y la comunidad de los sureños que eran dueños de la otra mitad. Los habitantes de ambas comunidades profesaban creencias distintas aun-que pertenecientes a la cristiandad y, desde tiempo inmemorial competían en la construcción de templos más altos. Los norteños, con los impuestos que cobraban a sus ciudadanos construían un templo de diez metros de altura y, en cuanto podían, los sureños levantaban también otro templo un metro más alto.
Como no podía ser de otra manera, estas dos comunidades tardaban varios años en reunir el enorme caudal que necesitaban para levantar obras de tan gran envergadura, debido al elevado coste de los materiales de construcción y la mano de obra que se in-vertía en las mismas.
En un cumpleaños de la muerte del santo de su devoción, los dirigentes norteños celebraron una reunión en la que decidieron construir un tempo tan alto, tan alto, que nunca pudieran sus rivales los sureños ni igualarlo ni superarlo. Y se gastaron en esta construcción todo el capital reunido con los impuestos de casi veinte años. El extraordinario templo, cuando lo tuvieron terminado fue mucho más alto que todos los construidos anteriormente. El pueblo norteño se sintió muy orgulloso de esta obra arquitectónica cuya grandeza y altura superaba por mucho a los templos de los sureños y de todos los países vecinos, que hablaron con no poca admiración de este colosal edificio.
Los sureños enfermaban de frustración y envidia cada vez que escuchaban elogiar el impresionante templo edificado por la comunidad norteña. Y decidieron que, tardarían el tiempo que hiciese falta para conseguir edificar un templo mejor y más elevado que el de los sureños.
Y finalmente, tras unos treinta años de reunir impuestos, sacrificar mejoras sociales y soportar sus ciudadanos impuestos muy abusivos, los sureños reunieron el dinero suficiente para lograr una construcción que superase la de sus competidores religiosos los norteños, y asombrase y maravillase al mundo entero.
En aquellos tiempos antiguos no existían los modernos sistemas de medición con que contamos actualmente, así que para conocer la verdadera altura que tenía el monumental templo de los norteños, los sureños enviaron, en secreto, a dos arquitectos. Estos arquitectos aprovecharon la medianoche, cuando la mayoría de los norteños dormían, para escalar uno de ellos la torre, llevando con él una cuerda larguísima. Cuando llegó a lo más alto de la misma soltó buena parte de la cuerda y cuando ésta llegó al suelo donde la esperaba su compañero, el hombre que había subido hasta la cumbre del edificio sagrado hizo un nudo, señalando con él la altura que poseía aquella formidable construcción religiosa.
Realizada esta acción medidora, los dos arquitectos se acercaron a un mesón donde se celebraba una fiesta y allí comieron y bebieron, retirándose a dormir un rato más tarde contentos y satisfechos de lo bien que habían realizado su misión.
A la mañana siguiente, muy temprano, con la intención de que la menor parte posible de gente norteña pudiese verles, extrañarse y preguntarse qué podía significar el rollo de cuerda tan grande que llevaban, regresaron a su comunidad, donde a su llegada fue-ron felicitados calurosamente por el buen trabajo realizado.
—Le añadiremos a la altura que suma la cuerda, diez metros más y así superaremos por esa cantidad de metros la altura del templo de nuestros rivales religiosos y étnicos.
Se pusieron a construir inmediatamente. Y en la consecución de este logro perseguido emplearon todo el dinero que tenían reunido y encima tuvieron que empeñarse pidiendo un importante préstamo.
Y por fin, cinco años más tarde terminaron de levantar el templo que consideraron superaba en diez metros la altura del magnífico templo de los norteños. Hecho que éstos negaron categóricamente, asegurando que el templo suyo era cinco metros más alto que el de los sureños.
Mantuvieron las dos comunidades enardecidas, agrias y hasta violentas discusiones. Ambas partes se mostraban convencidas de que su templo era el más alto de todos los existentes en su país. Acabaron apostando importantes sumas a este respecto y se buscó un grupo de arquitectos neutrales, reunidos entre varios países colindantes, para que hicieran la medición del gran templo norteño, y del gran templo sureño.
Para sorpresa de los sureños y regocijo de los norteños, el templo de estos últimos medía cinco metros más de altura que el de los primeros. No conformes con las pruebas aportadas por el grupo de arquitectos considerados neutrales, los sureños escogieron a otros arquitectos diferentes y éstos dictaminaron lo mismo que los anteriores: El templo norteño era cinco metros más alto que el sureño.
A los dos arquitectos que habían sido enviados a medir el templo de sus rivales se les expulsó de la comunidad a pesar de que ellos juraron y perjuraron que habían medido bien el edificio religioso de sus rivales.
Y así había sido. Lo que ocurrió fue que mientras ellos cenaban, un astuto norteño que les había seguido todo el tiempo entró en su cuarto, deshizo el nudo e hizo otro nudo quince metros más abajo, lo cual explicaba que habiendo añadido los sureños diez metros más al nudo, todavía se quedara cinco metros más corto de lo pretendido por ellos.
Arruinadas ambas comunidades nunca volvieron a construir ningún templo más, y las generaciones que les siguieron, perdida casi por completo la religiosidad, en lo último que pensaron fue en contraer nuevas deudas cuando todavía estaban pagando las anteriores, en dioses y santos en los que ellos, a diferencia de sus antepasados, no creían.