EL REPARTIDOR DE BUTANO NO SIEMPRE COBRABA COMO DEBÍA (RELATO)

EL REPARTIDOR DE BUTANO NO SIEMPRE COBRABA COMO DEBÍA (RELATO)

EL REPARTIDOR DE BUTANO NO SIEMPRE COBRABA COMO DEBÍA

(Copyright Andrés Fornells)


Tomás Rambla acababa de cambiarle la bombona de gas al dueño de la tienda de ultramarinos cuando sonó su teléfono móvil. Abrió línea y la dulce voz de la viuda Lola Giménez le excitó el oído diciéndole:

—Se me vació la bombona. A qué hora podrás traerme una bombona llena, campeón.

Tomás Rambla consultó su reloj y respondió:

—A las doce y media.

—De acuerdo. Te esperaré duchada y perfumada.

—Harás bien. No dispondré de más de veinte minutos.
     —Sabremos aprovecharlos, corazón —cortando ella la comunicación.
       En los ojos del repartidor de butano apareció un brillo lujurioso. Esa mañana iba a perder los veinte euros que costaba una bombona llena, pérdida que él daba por bien empleada, pues a cambio de obsequiarle esa bombona, Lola Giménez compartiría solitaria cama de matrimonio con él y le ofrecería su espléndido cuerpo de mujer de cuarenta y pocos años, un cuerpo muy necesitado de cariño y de recursos económicos, pues a su estado de viudedad añadía el de encontrarse en situación de paro no remunerado.

Ninguno de los dos creía en la existencia de los pecados, y sí creía en la existencia de la necesidad y el placer.

Por parte de ella debido a su viudedad, y por parte de él porque cuando tenía ganas de mujer, la mujer suya no la tenía asequible por continuas jaquecas de ella, que él estaba convencido eran falsas, pues más que jaquecas lo que su mujer padecía era falta de ganas de abrirse de piernas para él.

Esos varones que clasifican y juzgan los pecados deberían borrar de su lista los pecados cometidos por quienes tienen la absoluta necesidad de cometerlos.

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