EL PELIGRO DE UNA MUJER DEMASIADO CARITATIVA (MICRORRELATO)
Un hombre estaba muy contento con la mujer que le había tocado en suerte. Era una buena esposa, una magnífica ama de casa y dueña de muy buenos sentimientos. Un día, ella le dijo:
—Cariño, hay tantos necesitados en este mundo, que el corazón me sangra de pena por ellos. Dentro de nuestras posibilidades, ¿te parece bien que yo intente ayudar un poquito a algunas personas necesitadas?
El hombre se sintió conmovido por la bondad que, una vez más, demostraba su esposa y manifestó, de muy buen grado:
—No hay mesa en la que no queden migajas que puedan aprovechar los más necesitados —respondió, poético, el marido pues era escritor.
—Gracias, mi vida. Tienes un corazón de oro —elogió ella.
—¡Vaya, será lo único que poseo de ese valiosísimo metal! —bromeó él.
Al día siguiente, este hombre que contaba con una cónyuge pródiga, la vio en el fregadero lavar los platos a mano y quiso saber:
—¿Se te ha estropeado el lavavajillas?
—No, he prescindido de él.
—¿Cómo que has prescindido de él?
—Como no nos es de la máxima necesidad, lo he vendido y con lo obtenido por su venta he podido ayudar a algunos pobres.
Del mismo modo que el lavavajillas, desaparecieron maletas, herramientas, ropas que no usaban todo el tiempo y el cortacésped pues estaba en verano y, en esta época del año, según esta mujer tan dadivosa, la hierba no crecía en su jardincito de 10 metros cuadrados perteneciente a su casita adosada.
La próxima desaparición realizada por ella fue la gota que colmó el vaso de la paciencia de su esposo, el ordenador con teclado, pantalla y ratón de éste, los vendió para favorecer con el dinero obtenido a personas necesitadas.
—¿Por qué has hecho eso? Es una imprescindible herramienta de trabajo para mí —protesto, enfadado, el novelista.
—Pensé que no lo querías más. Me di cuenta de que llevabas dos días sin usarlo.
Su marido le pidió el divorcio. Ella aceptó sin dudarlo, acusándole de tener muy mal carácter, ser avaro, insolidario y contrario a las acciones caritativas. Él encontró fácilmente una sustituta. Ella no encontró a ningún hombre que se sometiera a su extremada genrosidad, y esta mujer terminó formando parte de la multitud de necesitados que antes había favorecido.