ÉL NO PODÍA VIVIR SIN ELLA (RELATO)
ÉL NO PODÍA VIVIR SIN ELLA
(Copyright Andrés Fornells)
Ella estaba cansada de que él le mintiera continuamente y de que la tratara de un modo despótico, irrespetuoso y de que jamás se molestase en demostrarle cariño.
Un día, al regresar él a la casa que tenían alquilada, después de haber estado vagueando toda la mañana, la encontró con la maleta hecha y pidiendo un taxi por medio de su teléfono móvil.
—¿Qué pasa aquí? —preguntó extrañado, exigente, altanero.
—Pasa que me voy. Que me tienes harta y te dejo.
—No puedes irte. Yo te amo. Te necesito. No puedo vivir sin ti —él repentina y falsamente amoroso.
En aquel momento llegó el taxista hasta la puerta abierta. Ella le señaló su maleta y, a continuación, le dijo a su desconsiderado amante, que ahora la miraba con ojos suplicantes.
—En los dos años que llevamos viviendo juntos esta es la primera verdad que te he escuchado decir: Que no podrás vivir sin mí porque he sido yo la que te ha estado manteniendo todo este tiempo. Búscate la vida de ahora en adelante. ¡Hemos terminado! ¡Me cansé de mantenerte!
—Pero, cariño no puedes hacerme esto —él rogó, de rodillas, al borde de las lágrimas.
Ella le pasó por delante mostrando una expresión de desprecio en su atractivo rostro. El taxista le abrió a ella la puerta para que entrase en su vehículo y, acto seguido empujó al mantenido advirtiéndole amenazador:
—No te acerques a esta respetable dama, parásito, o te dejo sin piños.
El mantenido, que era además de mantenido cobarde, se puso a lloriquear:
—No te vayas, Sofía, por favor, no te vayas.
Ella abrió la ventanilla y, con desdén, le arrojó un pañuelo diciendo:
—Toma, para los mocos y tus lágrimas de cocodrilo.
—¿Dónde la llevo, señora? —quiso saber el chófer profesional.
—Donde usted quiera. Tengo el día libre.
—Qué casualidad. También lo tengo libre yo. Si le parece bien, dejamos su maleta en mi casa y luego nos damos un paseo por el parque. Estamos en primavera y el parque está ahora precioso con los parterres cubiertos de flores y algunos árboles también, el aire huele a perfume y los pájaros cantan contentos.
—Me parece estupendo. Pasear me gusta, las flores me gustan, los pájaros me gustan y usted también me gusta.
La risa con que ambos celebraron tanta coincidencia favorable sonó alegre, cálida y poética.